Hablo del rojo pasión de unos labios moviéndose,
de la tenue luz de las mariposas por la noche, del jazmín impregnando el tacto
de sus manos.
Hablo del estridor del corazón en
cada acorde musical de unas almas que van mucho más allá de esa musicalidad,
del ir y venir de la risa, de la perdida corporal de la electricidad.
Hablo del sinfín interminable de un
vaivén de felicidad, de las heridas cosidas de los temerarios, del legendario
sabor a fresas de un baile en el lago de los no cisnes.
Hablo de la armonía imposible de los
más imposibles amores, del roce de dos cuerpos en una canción de jazz, de la
mirada penetrante de lo profundo, de la cruel realidad de lo superficial.
Hablo de las musas escritoras
trágicas, de la belleza de un simulo floral, de la despedida infinita de la
primavera, del rencuentro de un amor fugaz.
Hablo de un vaso trasparente con hielo,
del limón del después y del alcohol imborrable de un beso resacoso.
Hablo de la lista de defectos
corporales que nos dejan de importar en cada paso de ese baile, del danzar
eternamente, de la lluvia que nos tiñe la piel y de perder el miedo a esa
pintura húmeda y fría que supone dejarse empapar por tal pincel.
Hablo del arte infantil que cubre
nuestros sueños hasta el más absurdo mar adentro y del despliegue de una gruesa
manta de fantasía hasta para el cuerdo pensamiento. De la adicta locura que eso
nos provoca y de la gran desesperación que nos invade el hecho de perderla.
Hablo de lo sublime de los colores,
del intenso resplandor de lo oscuro y la pequeñez de un arcoíris de palabras.
Hablo de la nostalgia que sentimos al
comprobar que la canción que antes tenía tanto sentido dejó de tenerlo para
siempre. Del empernarnos a volvérselo a encontrar. De perdernos n el intento.
Hablo de la melancolía de un verso
cualquiera en cualquier rincón del planeta con, jamás, cualquier persona.
Hablo de aprender a detener el tiempo
y enmarcarlo en un primer rayo del ruiseñor. Guardarlo para toda la eternidad.
Hablo de la magia de su sonrisa, de
sentirla tan cerca y saber que está tan lejos. Tan inalcanzable, tan presa de
su mente, tan extrañamente presa.
Hablo del vinilo insonoro de las
canciones que jamás se debieron musicalizar, de la gran cárcel de sus acordes,
de la magnífica interpretación que nuestros oídos alcanzan hacer de ellas.
Hablo de las sirenas de una alianza
de conveniencia, del vértigo de los abismos cuando éstos se encuentran en
nuestros corazones, del dolor inconsolable de ésa caída en cuanto no hay unos brazos
para amortiguar. Cuando los brazos que hay no son suficientes.
Hablo del caminar de los lobos por
los ténebres bosques invernales, del reencuentro con las hadas y de la
resurrección de su pequeña, gran historia incontable.
Hablo de girarse y no ver lo que hay detrás
de ella, de no sentir el peso de su historia tatuada en su espalda y de olvidar
el sabor de las lágrimas recorriendo las agujas de los tatuajes que describen
su piel.
Hablo del amanecer en el desierto
saharaui, del desconocimiento inabarcable de su ser, del ringring de su memoria
y del sabor a arena que caracteriza el intento desconsolado de conciliar el
sueño en una nube de cristal.
Hablo del paraíso de las almas
sudorosas de tanto latir, del carmín de sus ojos al sonreír y del lloro
interior invisible que dibuja ese mismo carmín.
Pero, ante todo, e insisto incansablemente
en ese punto, yo hablo del rojo pasión de unos labios moviéndose.
Margalida Garí Font.