domingo, 24 de noviembre de 2013

¡Cuántos litros de ron qué se bebió la Luna!

La Luna acabó borracha de tanto soñar que podía besar al Sol. El Sol se perdió siguiendo la ruta cíclica (que no es circular) de la Tierra para espiar a la Luna y la Tierra nunca encontró ni a la Luna ni al Sol.
El mensaje estaba supuestamente explícito en la más vulgar literatura. Nadie nunca lo leyó, quizás alguna vez, o tal vez nunca es siempre alguna vez. Pero el mensaje estaba en la literatura. Nadie sabía dónde se hallaban las palabras, ni el sentido, ni las formas, pero muchos presumieron de haberlo visto, alguna vez, o nunca, o un qué más da, pero se le había visto y ese es un hecho espinosamente cierto.
            Hubo tiempos mejores en dónde la forma y el contenido tenían sentido y sabor a palabras. Hoy son tiempos pesados para aquellos que creyeron que perduraría semejante laberinto pragmático. Conozco unos cuantos de aquellos idealistas que ya han muerto, y otros tantos que se confunden con el ron y la cinética, muy pocos permanecen en esa aureola de la tozudez suicida que coge la forma de las letras. ¡Quién pudiera salvarles del infierno! ¿Acaso alguien se atrevería?
Demasiado oscuro fue el pecado o, permítanme la aclaración,  fueron demasiados los pecados desteñidos.
Ilusos personajes ilustratorios, viajeros marinos del Romanticismo francés, ornitorrincos de la palabra que escribían para no ver el reflejo esperpéntico de un Rococó aplastado en los rostros de una sociedad perdida.
¡Qué perdida estaba entonces la sociedad!
¡Cuántos litros de ron qué se bebió la Luna!
Y las palabras seguían insistiendo agonizantemente, casi desesperadamente que era absolutamente necesario salvarlas. Que era un deber kantiano apiadarse de ellas. Y no hablaban de un apiadarse cristiano, hablaban del deber kantiano sin Kant ni deber. Hablaban sin uso de la ortografía ni la métrica. Ni siquiera podría afirmar que hablasen. Pero lo hacían, de algún modo lo hacían y nadie se daba cuenta. O quizás alguno hoyó el rumor y pensó que era el Sol espiando a la Luna. Juraría que ni siquiera pensó. Y eso es la parte triste del insistir poético de las palabras. Porque repito, ellas no pararon ni un segundo de insistir.
Sospecho que hubo intentos de coser cicatrices, sospecho que algunas se coserían para ese entonces, sospecho que ya no hay constancia de ello, del mismo modo que no hay constancia celeste, y por sospechar paraísos, sospecho que éste es el único recuerdo de la caída del imperio enverbascado.
El más grande imperio literario convertido en espuma publicitaria.
¡Cuántos litros de ron qué se bebió la luna!
Reconozco que lo intentaron, intentaron desesperadamente que la Tierra dejara de ser cíclica (que no es lo mismo que circular, aunque desde entonces da lo mismo). Intentaron recoser las cicatrices y se excusaron con que ya no había hilo en ningún punto del planeta ¿Dónde estará el gran Einstein cuando se le necesita? Pero las palabras ya eran consideradas muertas. ¡Ellas que nos habían salvado!
La barbarie en formato contemporáneo tiene el apellido humano y el nombre de pila de un rey poderosamente tecnológico.
Las aves científicas ahora se hacen llamar dioses.
Y mientras tanto una sola idea me persigue ostentosamente en mis venas. No es muy nítida pero sigue siendo idea. No es muy rica pero no me permite que le llame pobre. Aun así, sigo siendo incapaz de transmitírosla. Éste es el jugo que obtengo en el intento de semejante proceso. De lo que no me cabe la menor duda es que todo navega en torno a la consecuencia del resultado de haber matado a las palabras con un arma homicida de calibre Rococó cristiano.
¡Cuántos litros de ron qué se bebió la luna!


Pensamiento, intelecto, consiente, preconsciente y subconsciente dentro de una caja de Pandora. Pandora regalando ron a la Luna para que ésta deje de llorar. La luna que decía haber soñado que se podía besar al Sol. El Sol dentro del laberinto de Minos. Minos sin laberinto y sin Sol.
La tierra siempre fue cíclica hasta cuando aun no era Tierra.
Debieron salvarlas porque era un deber kantiano. Nadie lo entendió entonces y tengo graves dudas de que lograsen entenderlo ahora. Pero a las palabras había que salvarlas. La misión era salvar a la Literatura para no perder el espejismo de la misma Filosofía. ¡Muertas las dos se acabó la rabia!
¡Qué aberración intelectual fue la que se hizo!
¿Quién no pudo entender que era de suma importancia salvarlas? ¿Quién sí lo entendió? Sospecho, de nuevo sospecho que aun saboreamos la sangre de las letras en papel de pantalla virtual. Un rey poderosamente tecnológico…
Pero ya no hay letras, ni palabras, ni poesía que nos salven porque tú, sí tú, las mataste. Perdimos la Filosofía literaria pensando que no era auténtica Filosofía.
Si una pudiese contabilizar los errores éste sería el pecado original y los demás dejarían hasta de ser pecado. Demasiados errores y demasiados pecados desteñidos cargando en nuestra espalda. La cruz de Cristo pero sin Cristo ni cruz (¿o era al revés?).
¡Cuántos litros de ron qué se bebió la luna!
La sentencia final, la única que existe, afirmando que hasta aquí pudimos leer (sin palabras). Difícil es la lectura de una vida, más difícil es vivirla habiendo asesinado la lectura. Fácil el poema, difícil la poesía.
Filosofía, nunca barata. ¡A ver si lo entendemos ahora que ya está muerta!
Porque tú la mataste. Y ahora carga con ello y no me seas cobarde.
Cíclicamente:

La Luna acabó borracha de tanto soñar que podía besar al Sol. El Sol se perdió siguiendo la ruta cíclica (que no es circular) de la Tierra para espiar a la Luna y la Tierra nunca encontró ni a la Luna ni al Sol. 


Margalida

lunes, 18 de noviembre de 2013

Hipertextualitat fictícia.

Però si morim


                        que sigui sempre

d'AMOR i,       sobretot,                    

                                     AMB

AMOR. I què ningú                     mai

                                             ens faci morir per


AMOR                         
perquè, per AMOR,


                     sols es

                                                                  VIU.








Margalida.