jueves, 3 de julio de 2014

La Mona

                A la Mona al café recién hecho de la mañana siempre se le quedaba el sabor dulce. A veces sin azúcar el café de la Mona era tan dulce que hasta amargaba los buenos días de la vecina fisgona de enfrente. En esos días la Mona tenía por costumbre hacer más café, y hacerlo doble. Se decía que quería comprobar si con el café lograría edulcorar el corazón podrido de la de enfrente. Y a veces lo conseguía. 
                La Mona era una mujer fuerte, la vida la había hecho así. Trabajaba, hacía la casa, mantenía a sus hijos y se ocupaba, junto a sus hermanos, de sus padres. La Mona nunca pedía nada a cambio, pero al parecer el dinero brillaba por su ausencia, aunque ella era una mujer sencilla, sintiéndose naufragando entre hipotecas y cotidianidad. A la Mona le hubiera gustado ser cocinera, esteticista o maquilladora. Pero la Mona era camarera y la Mona era limpiadora. Nunca los sueños le habían salido tan caros. A pesar de eso, la Mona luchaba para ser una gran camarera y la Mona luchaba para ser una excelente limpiadora. Ella era así, luchadora por naturaleza.
                Sin embargo, si había algo que fosforecía aparatosamente en la Mona, era, sin duda, su corazón. Su marido, otro humilde caballero que vivía entre mecánica y animales, aseguraba que en el corazón de su esposa había cabida hasta para los que no tendrían que tener cabida. Lo que en otras palabras equivaldría a un corazón con potente infinitud dimensional. Un agujero negro de amor, como decía el marido de la Mona.
                En los últimos tiempos la Mona se había deteriorado un poco por los años, otro poco por el estrés (enfermedad muy común en la sociedad moderna) y un último poco por el café cada vez menos dulce de las mañanas. Los primeros síntomas de dicha evolución no se percataban al principio como algo anormal. Eran, para la Mona, detalles pasajeros traducidos a caída de cabello, blancura en la piel, pigmentación rosada con acné de adolescente, dolor cervical y de cabeza y, por supuesto, un café amargado que hasta amargaba el corazón infinito de la Mona.


                Con el tiempo, los síntomas se agravaron y el doctor Velázquez, un intelectual que se había sacado el doctorado, así como su vida, entre nueves y matrículas de honor pero que tenía un cero, ni siquiera suspenso, en humanidad, le diagnosticó Cáncer de amor a la Mona. En palabras del doctor, “su corazón sufre lo que en medicina se llama una disfunción severa de ambos ventrículos que se irradia por toda la superficie del corazón y afecta a la circulación global de su organismo”. Lo que el doctor no supo decirle a la Mona, porque ni él lo sabía, era que aunque se viera con cierta afectación miocardica si éste era infinito no se le podría anular completamente, sobre todo si se luchaba para evitarlo.
                Para los ignorantes en estas cosas, en el grupo en el que me incluyo a mí misma, el Cáncer de corazón es uno de esos que nadie desearía tener, con fuertes derivaciones a la tristeza, a los sueños perdidos y a la gran batalla que supone tener que endulzar el café con un corazón amargo. Es conocido por el nombre científico de Cancerus amorosus. La Mona decía que el nombre solo dice lo que uno lee pero que el significado implicaba querer entender lo que uno lee. La Mona entendía de casi todo y por eso ella aseguraba que no sabía nada. La verdad es que la Mona sabía mucho de lo que había que saber. Y sabia que el Cancerus amorosus no sería una batallita más en su historia de mujer, más bien sería la gran batalla.
                Para paliar el cáncer la Mona se paró un día el reloj de muñeca y se sentó a escribir diagnósticos e intervenciones que ella misma iba a llevar a cabo. En resumidas cuentas, la Mona se había propuesto ser su propia doctora y encontrar ella misma su cura. A todo esto, cabe mencionarlo, el cáncer iba avanzando.
                La lista de la Mona iba de lo más importante a lo menos importante pero igualmente esencial para su curación. Era una lista sencilla, con faltas de ortografía porque ella era una mujer con pocos estudios académicos y con muchos estudios vitales. La lista de la Mona iba del uno al diez y si con ello no conseguía el remedio de su cáncer pondría tantos números en su lista como su corazón le exigiera. De momento la Mona decía a sus amigos y a la vecina fisgona de enfrente que ella estaba luchando y que no necesitaba la compasión de nadie porque la lucha con compasión no tenía por frecuencia salir satisfactoriamente, según la Mona. Sin embargo sí necesitaba su apoyo para que sus diez o más puntos de la lista le dieran buenos resultados.
Lista contra el Cáncer de Corazón:
(Según el doctor Velázquez, Cancerus amorosus)
1.       Decir a mis padres que les quiero y que sus nietos les necesitan aún con ellos.
2.       Decir a mis padres que aunque parezca mayor y madre a veces soy pequeña y necesito la mía.
3.       Abrazar a mis hijas y darles aliento en el desamor y fuerza en el amor y en la vida, que aunque no siempre se vea, también es amor.
4.       Apoyar mi cabeza en el hombro de mi marido y comentarle que en los casi treinta años de matrimonio que llevamos, y aunque ya sean inhabituales mis muestras de cariño hacia él, le sigo amando como el día que le vi en el pub del pueblo con la camisa verde y el pantalón vaquero.
5.       Ir a caminar por la isla para pensar, recordar y añorar. Eso alivia el corazón de cargas.
6.       Volver a la playa con mis hijos sin esperar que ellos, por enésima vez, me lo pidan.
7.       Quedar con mis amigas para cenar, las de toda la vida, para hablar, hacer del vino nostalgia y volver a tener veinte años.
8.       Empezar a escribir los sentimientos que me amargan el café de la mañana para poder sacarlos fuera y endulzar el cáncer.
9.       Volver a sonreír, aun no teniendo por qué.
10.   Empezar a quererme a mí. Nota: Este punto no sé cómo llevarlo a cabo, tengo la esperanza que al llegar a él ya estaré en conocimiento de causa.

La Mona, según el doctor, es un caso inusual en la medicina, tendría que haber decaído hace ya tiempo y sin embargo, parece relucir un poco más cada día. El doctor no sabe nada de la lista que cura a la Mona. El doctor le sugiere a su paciente múltiples tratamientos que ella rechaza argumentando encontrarse un poco mejor pero gracias. La lista de la Mona ya fue completada hace años, su aumento sigue creciendo cada día y dice la vecina fisgona que el número mil seis empieza a asomarse en el libro contra el cáncer que la Mona ha decidido publicar cuando fallezca. De momento la editorial que aceptó el negoció tiene sospechas de haber hecho una muy mala inversión. La Mona no parece tener la disponibilidad de publicarlo en los próximos años. Según la Mona lo publicará poco antes de morir. La Mona dice que las personas, si no morimos de accidente, sabemos más o menos que nos estamos muriendo y que eso no es malo porque una vida sin muerte no tendría la riqueza de querer extraerlo todo de todos los días, bueno y malo y de llevarse la certeza de haber vivido al lecho de muerte. La Mona, sin embargo, ya ha advertido a la editorial que el cáncer no será la causa de su muerte porque ella tiene la cura de su enfermedad, pero que de la vejez nadie tiene la cura, ni siquiera las grandes cosméticas, así que cuando esté completamente curada y solo necesite la paz de su gente cercana y el amor de su familia porque la vejez empiece a asomarse, entregará su obra a la editorial y ayudará a curar el Cáncer de corazón de todo aquel que lo padezca aun sin que el doctor Velázquez se los haya diagnosticado.
La Mona es una luchadora, es una mujer fuerte porque la vida la ha hecho fuerte, es trabajadora, cuidadora de su hogar,  camarera y limpiadora. La Mona puede ser albañil, ministra, secretaria, profesora, estudiante, juez, socorrista, camello, prostituta, bibliotecaria, enfermera, cuentista, dama de casa, espía secreta, notaria, enterradora, cirujana, amante…La Mona puede ser cualquier Mona, pero la Mona tiene la cura del Cáncer de corazón, y eso, no es algo de lo que podamos presumir todos.
La Mona, sobretodo, tiene un corazón con cáncer que es un agujero negro de amor y ese amor es lo que la guarece de su propia enfermedad.

Margalida Garí Font,
Dedicado a todas las mujeres Mona del mundo, pero en especial a mi madre,
mi Mona por excelencia, y a mi Madrina,
mi Mona más hermosa por dentro y por fuera.