Hacer callar al tiempo sería el
más hermoso de los legados, y que el tiempo se callara para ser eterno seria el
sueño de muchos y la codicia de otros. Sin embargo, nuestro tiempo parece
seguir marcando puntualmente cada hora y minuto sin descanso, sin alivio, sin
sueño y sin retorno.
No soy nadie, me repito cada día,
soy efímera, minúscula, nada, para el mundo, hasta para el tiempo dejo de tener
sentido y decimas de segundo. No obstante, mi mente anhela no pasar
desapercibida, que no es lo mismo que ser popular, sino dejar una pequeña huella,
una migaja en la tierra, una partícula invisible para el universo, un no sé qué,
un qué se yo que modifique, sin percatarnos, las redes que hilan en el cosmos.
En definitiva, dejar palabras, letras, sentido, pensamiento, caos.
Somos codiciosos, nos gusta
aspirar a ser dioses, ricos y hedonistas cuando, en realidad, somos esa nada
pesada que se reproduce, destruye cualquier ser o cosa que se le anteponga y
muere así como nació, solo. Aunque, no todo es nada ni todo es codicia, también
existe la otra cara de la luna, la cara blanca aunque muchos se empeñen en llamarle
la cara oculta o negra. Es para esa parte de la existencia para la que yo tiño
papeles de tinta y para los que jamás dejaré de pintarles palabras y sentido.
Todos los demás, absteneros de seguir leyendo porque no hay cabida en mi paraíso
literario para vosotros, los nada en los cuales yo misma ya siento estar
contaminada.
La cara blanca de la luna, lugar
de poesía, de música en directo, de clásica, de rock, de blues, reggae, pop y,
por supuesto, jazz. Lugar de pobres y de muy pocos ricos, de soñadores (but I’m not the only one, dijó John
Lennon), lugar de creadores, de intelectuales, de matemáticos y damas de casa,
de campesinos y astrofísicos, de creyentes y de ateos, de anti sistemas y de
unos pocos políticos, lugar de todos los niños aunque estén obligados a llevar
un rifle o a embucharse caramelos en Navidad, lugar de personas mayores que
llevan la experiencia por bandera y el espejo de juventud en los ojos, lugar de
todos los animales del planeta sin que sean parte del alimento sino del círculo
de la vida, lugar de mujeres con todos los derechos pagados en los cuales no se
excluyen ni a las prostitutas ni a las abogadas, lugar de hombres sea cual sea
el color de su piel, todo el mundo en el mismo peldaño. Lugar de gente delgada
y gente que no cumple el canon estético del siglo XXI (¿qué canon es ese? ¡Fuera
de la luna!). Lugar de discapacitados, para ellos el premio Nobel Lunar. Lugar
de atletas y sedentarios, de sin techo y de medio ministro. Lugar en dónde el
dinero no cabe, en dónde todo se comparte, aunque se tengan cosas particulares
que no nos duela compartir un trozo de pan, una cama, o una conversación. Lugar
de reinas y reyes pero de los de cada día, de los que rozan el corazón, lugar
de todos y no de nadies.
No cumplo los requisitos académicos
ni de coeficiente para que mis frases sean leídas en todas partes, tampoco lo
considero prioridad. Me conformo con unos pocos, con un granito de arena, un
rayo de esperanza que pasa, estalla y se apaga pero que ha sido visualizado por
unos contados ojos. Que no pasa de largo, que va caminando despacio y abarcando
todo lo que puede.
Y, lunas, ahora esto va dirigido a
ambas caras, si alguna vez mi luz se apaga, se apagará sin duda, pero si se apaga
sin haberme dado la elección del despido, quiero que esto quede escrito en
sangre si es necesario:
“Escribir no es tarea ardua, todos
podemos hacerlo, transmitir es algo más complicado. Quizás yo no lo esté
logrando, quizás no podáis, jamás, oírme, pero quiero que quede claro, hasta
trasparente. No soy nadie, me repito, sin embargo, sin aspirar a ser un dios,
aspiro a ser humana y a creer en la humanidad, a no rendirme, a luchar con
vosotras, lunas, ambas podéis hacer del negro blanco y del blanco relucir. Mi corazón
habita en una isla mayor de tres pequeñas islas pero mi persona solo es feliz
cuando transita por el resto del planeta, mi misión no es clara, dudo hasta que
sea misión, pero lunas, mis queridas lunas, hay que fusionarse para hablar y
hay que hablar para ser escuchadas, ser escuchadas para hacer sentir, sentir
para movernos el alma y moverla para, al fin, hacer callar al tiempo. Aunque
este siga estando, ¡qué calle para siempre! Qué nos deje estar, ser, vivir y,
sin duda, morir, en paz.”
Ésta es, lunas, la tarea de mi
escribir.
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Fotografia de Jaume Gayà: https://www.facebook.com/jaumegaia.photography |
M.