Las palabras de hoy
poco o nada tienen que ver con contar una historia o analizar otra pequeña
pieza del corazón. Éste es, quizás, uno de esos relatos que empiezas sin
ninguna esperanza de llegar a un puerto, ni tan siquiera de darlo como válido
pero que existe un efímero porcentaje de que, al final, no esté tan mal darle
una oportunidad de lectura.
La vida se puede
resumir en sin embargos.
Hay que matizar, que
los malos entendidos empiezan cuando todo se entiende. Hablar de La Vida, en
mayúsculas, es hacer un uso a modo genérico del término. La vida es muchas
cosas pero aquí solo se pretende tratarla como existir, convivir, estar de
paso. Que cada uno escoja su mejor definición, ese no es el punto importante
del día.
Decía entonces que la
vida es un sin embargo constante, he
aquí la punta del iceberg vayamos ahora a indagar qué superficie abarca su
base.
El inicio es rápido, ni
siquiera nos percatamos de él. Es un inicio sutil, pícaro, un Don Juan español.
Empieza cuando nos suena el despertador por la mañana y se acaba cuando lo
volvemos a programar por la noche.
06:30h p.m. en los
casos más habituales. El sueño aún impregna nuestros ojos y el cerebro sigue
haciendo uso de la blasfemia para pedirnos explicaciones de que habrá hecho él
para que le interrumpamos el descanso. Allí se inicia todo. Hay que levantarse,
es un deber y una responsabilidad ya sea para llegar al trabajo o para no
perder la mañana debajo de las sábanas. Y, SIN EMBARGO, chantajearíamos al
tiempo si así pudiéramos para convencerle de que nos regalara una, al poder ser
dos, horas más de sueño.
Se inicia la rueda, no
tiene frenos y somos perfectamente conscientes de ello. Ese punto nos destruye
por dentro.
Nos dirigimos hacia el
trabajo, a la Universidad, al Instituto, a limpiar la casa, a hacer la compra,
al baño y al rebaño. Sí Newton o Marx nos pudieran ver se habrían ahorrado
millones de neuronas en teorías infernales de mecánica y sociedad. No hay mejor
robot que el propio ser humano, no hay mejor rata de laboratorio que la
humanidad. Da Vinci lo supo y no le gustó el resultado, hasta Kurt Cobain
dedicó parte de su legado a denunciar tal realidad.
Y SIN EMBARGO, con un
pie tras del otro proseguimos él, perfectamente trazado, camino hacia nuestra
rutina, nuestro confort, nuestra guarida protectora.
Una vez finalizada esa primera
parte viene la segunda, volver a casa o a la biblioteca, incluso al segundo
trabajo, da lo mismo. Volvemos dónde sea pero volvemos día tras día. Cuando,
SIN EMBARGO gritamos por dentro.
¿Qué
gritamos?
Gritamos
que queremos romper la monotonía, irnos a la calle del fondo, esa que siempre
queremos ir a ver que hay pero que nunca hay tiempo.
Gritamos
que el dinero es una basura, que nos crea dependencia y también la quita. Qué
sin él pocas veces puedes dejar los sin
embargos y con él aún menos.
Gritamos
a alguien que nos enseñe la salida que por aquí no es y que por allí tampoco.
Gritamos
que deseamos viajar, salir, empezar de cero, desde abajo del todo, da lo mismo.
Res set y cuenta nueva. ¡Al carajo con todo! Aquí os quedáis, yo vivo.
Gritamos,
gritamos, gritamos y gritamos tan fuerte que no se nos oye.
¿Por
qué?
Porque,
SIN EMBARGO, estamos muertos de miedo.
Esa
es la clave de todo, la vida se resume en sin
embargos porque estamos total y absolutamente asustados. Tenemos miedo a
perder, a equivocarnos, a fracasar, a volver y a hablar.
El
miedo es el principio y el fin del existir.
Hay
que tener miedo para afrontar mejor el porvenir pero no hay que vivir con el
miedo puesto, con el miedo controlando cada uno de nuestros movimientos. Impidiendo
ir tachando sin embargos de la lista.
Quién
no reta al miedo, quién no le pone a prueba diciéndole: tú eres fuerte pero yo
no lucho en esta guerra, búscate a otro adversario. Quien no le rompe los
esquemas al miedo se pasa la vida saltando de sin embargo en sin embargo,
como si de una partida de La Oca se tratara.
Tú
decides en que silla sentarte. Sí, solo tú, aunque intenten hacerte creer lo
contrario.
Tú,
tienes el poder. Tú.
Margalida
Garí Font