Confieso los silencios porque sin ellos tu sonrisa perdería la
música.
Confieso la derrota del poema en cualquier batalla contra la
ignorancia.
Confieso las heridas de tu pasado sangrando en mi piel
y el arrancarme una a una tus espinas.
Confieso no haber escrito jamás poesía y,
sin embargo,
he arrojado el corazón sobre tantos folios que aun hoy,
no distingo el miedo de las canas de mis pestañas contra el brillo
de sus lágrimas.
Confieso beneficiarme del eterno abismo que tatúa las líneas
irrompibles
(pero ya rotas)
de versos con heridas que huelen a mujer sin pintalabios pero con
la palabra justicia que se asoma con tan solo abrir su boca.
Confieso, que en el vagón de mis ayeres sigues viajando tú.
Y ya no me importa que te quedes en ese tren porque en éste ya no
me cabes.
Que es que dueles aunque emigres.
Confieso haber presenciado el crimen del ladrón con traje de luces
contra el hambre, la codicia y la paz.
Confieso también y no es ningún pretexto, la imposibilidad de
haberlo impedido.
No obstante,
yo estuve abrazando a las víctimas del ladrón y otros se
escondieron bajo sus luces.
Confieso el cansancio de tantas palabras por escribirse sin ser leídas
que leerlas es hacer callar al necio con la risa haciendo que el
amor y sus heridas se perdonen.
Ésa es la labor de mi no poesía.
Foto: Generaciones.
MGF
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