domingo, 21 de octubre de 2018

Dieciséis


Yo a mis dieciséis también le tenía miedo a la vida, me parecía algo tan sumamente largo que no entendía porque la gente mayor iba por la calle con el peso del alma por delante. Como si arrastraran a la mismísima vida por el cogote.  

Yo a mis dieciséis tenía el corazón dividido en un dilema gigante entre el profesor de dibujo y el profesor de educación física.

Mantenía mi habitación en un amor incondicional por Tom Welling y me aseguraba de que no hubiera ni un milímetro entre poster y poster de él.

Yo a mis dieciséis también me miraba al espejo y me veía mi cuerpo tres veces más ancho de lo que realmente era.

Comparaba mi pelo fregona con el cabello pantenne de mis amigas, mis caderas con las caderas de cualquier actriz y mis labios con todas las siliconas que aun hoy persisten.

Me pasaba el día en una nube llena de historias de amor al más puro estilo Disney y me corría mucha prisa por tener dieciocho y ser adulta.

Me avergonzaba amar a la filosofía antes que a la química y devorar libros de Valle-Inclán y de Bécquer.

Odiaba el baloncesto con todas mis fuerzas y por miedo al qué dirán me mantuve en él catorce años de mi vida cuando en realidad quería ir a Salsa o a spinning o a cualquier otro deporte que tuviera cardio de apellido.  

Mi primera mitad de año me enganché a la música de Nek, La Oreja de Van Gogh, Estopa, Celine Dion, Laura Pausini, Marta Sánchez y Malú.  En la segunda mitad cambié mi amor por Extremoduro, Marea, Manu Chao, Macaco, Los Suaves y Fito.

Había viajado mentalmente a todos los lugares de África, la India y América Latina y me salía mi parte más salvaje cuando alguien hacía uso de racismo para defender sus argumentos.

Amaba a mis amigas más allá de mi misma y me habría pasado las tardes dando saltos en charcos llenos de barro.

Así, yo a los dieciséis también vivía en un mundo de hormonas que estaba en constante cambio y movimiento y no me daba tiempo a avanzarle.

Ahora ya tengo veintisiete y aún no he estado en África.

Sigo amando a la filosofía, a Bécquer y a Valle-Inclán más allá de toda química y me gusta pensar que hago uso de la rebeldía siendo enfermera y leyendo poesía.

He aprendido a querer todas las partes de mi cuerpo y cuando me miro al espejo veo a una mujer tan fuerte como preciosa.

Me he pasado al jazz y al soul pero sigo queriendo al rock y al pop.

He dejado de amar a Tom Welling y ahora amo a Álex García y a sus Tiempos de Guerra.  

He conocido a la montaña, el mar y el valle. Creo que ya no podré olvidarles. Ojalá les hubiera conocido a los dieciséis porque estoy segura que algunas cosas habrían sido más fáciles.

Sigo estando en la nube pero Disney se ha bajado de aquí.

Me he enamorado de más de diez personas que eran las personas de mi vida pero al final no.

Me han herido y he herido.

He ganado y también he perdido pero lo único que me ha hecho daño ha sido cuando al verbo perder se le incluía la palabra persona.

Y tuve dieciocho pero no fui mayor, tengo dudas de si ya lo soy.

Ahora tengo veintisiete.

Ella tiene dieciséis y no sé cómo explicarle que, cuando estamos juntas, mis veintisiete también son dieciséis, que ya no hace falta que se esconda porque todo eso que piensa ahora, sí importa.

Que esos cambios de humor no se llaman edad del pavo sino lecciones de vida.

Y todo lo que le hace feliz ahora es lo que le hará feliz después.

(También cuando sea mayor y vaya arrastrando al alma por el cogote).

Pero sobretodo, explicarle que su cuerpo es fuerte y precioso ante todos los espejos de éste mundo y, más aun, ante la misma vida.

Explicarle que no juegue a baloncesto catorce años si no le gusta porque podrá jugar a Boxeo toda su vida, que no por ser mujer tiene que pasearse con un vestido.

Que nos enamoramos de personas y no de sexos.

Que se puede estar preciosa solo con la piel y que Disney no es real pero de allí también se aprende.

Explicarle que el camino parece sumamente largo pero con el tiempo te das cuenta que es insoportablemente corto.

Y que no se preocupe, que de las montañas, del mar y de los valles me encargo yo porque todo lo demás solo le pertenece a ella.

Y en ella se quedará para siempre. 


                                                                                Margalida Garí Font