Yo a mis dieciséis
también le tenía miedo a la vida, me parecía algo tan sumamente largo que no
entendía porque la gente mayor iba por la calle con el peso del alma por
delante. Como si arrastraran a la mismísima vida por el cogote.
Yo a mis dieciséis
tenía el corazón dividido en un dilema gigante entre el profesor de dibujo y el
profesor de educación física.
Mantenía mi habitación
en un amor incondicional por Tom Welling y me aseguraba de que no hubiera ni un
milímetro entre poster y poster de él.
Yo a mis dieciséis
también me miraba al espejo y me veía mi cuerpo tres veces más ancho de lo que
realmente era.
Comparaba mi pelo
fregona con el cabello pantenne de
mis amigas, mis caderas con las caderas de cualquier actriz y mis labios con
todas las siliconas que aun hoy persisten.
Me pasaba el día en una
nube llena de historias de amor al más puro estilo Disney y me corría mucha
prisa por tener dieciocho y ser adulta.
Me avergonzaba amar a
la filosofía antes que a la química y devorar libros de Valle-Inclán y de
Bécquer.
Odiaba el baloncesto
con todas mis fuerzas y por miedo al qué dirán me mantuve en él catorce años de
mi vida cuando en realidad quería ir a Salsa o a spinning o a cualquier otro
deporte que tuviera cardio de
apellido.
Mi primera mitad de año
me enganché a la música de Nek, La Oreja de Van Gogh, Estopa, Celine Dion,
Laura Pausini, Marta Sánchez y Malú. En
la segunda mitad cambié mi amor por Extremoduro, Marea, Manu Chao, Macaco, Los
Suaves y Fito.
Había viajado
mentalmente a todos los lugares de África, la India y América Latina y me salía
mi parte más salvaje cuando alguien hacía uso de racismo para defender sus
argumentos.
Amaba a mis amigas más
allá de mi misma y me habría pasado las tardes dando saltos en charcos llenos
de barro.
Así, yo a los dieciséis
también vivía en un mundo de hormonas que estaba en constante cambio y
movimiento y no me daba tiempo a avanzarle.
Ahora ya tengo
veintisiete y aún no he estado en África.
Sigo amando a la
filosofía, a Bécquer y a Valle-Inclán más allá de toda química y me gusta
pensar que hago uso de la rebeldía siendo enfermera y leyendo poesía.
He aprendido a querer
todas las partes de mi cuerpo y cuando me miro al espejo veo a una mujer tan
fuerte como preciosa.
Me he pasado al jazz y
al soul pero sigo queriendo al rock y
al pop.
He dejado de amar a Tom
Welling y ahora amo a Álex García y a sus Tiempos de Guerra.
He conocido a la
montaña, el mar y el valle. Creo que ya no podré olvidarles. Ojalá les hubiera
conocido a los dieciséis porque estoy segura que algunas cosas habrían sido más
fáciles.
Sigo estando en la nube
pero Disney se ha bajado de aquí.
Me he enamorado de más
de diez personas que eran las personas de mi vida pero al final no.
Me han herido y he
herido.
He ganado y también he
perdido pero lo único que me ha hecho daño ha sido cuando al verbo perder se le
incluía la palabra persona.
Y tuve dieciocho pero
no fui mayor, tengo dudas de si ya lo soy.
Ahora tengo
veintisiete.
Ella tiene dieciséis y
no sé cómo explicarle que, cuando estamos juntas, mis veintisiete también son dieciséis,
que ya no hace falta que se esconda porque todo eso que piensa ahora, sí
importa.
Que esos cambios de
humor no se llaman edad del pavo sino lecciones de vida.
Y todo lo que le hace
feliz ahora es lo que le hará feliz después.
(También cuando sea
mayor y vaya arrastrando al alma por el cogote).
Pero sobretodo,
explicarle que su cuerpo es fuerte y precioso ante todos los espejos de éste
mundo y, más aun, ante la misma vida.
Explicarle que no
juegue a baloncesto catorce años si no le gusta porque podrá jugar a Boxeo toda
su vida, que no por ser mujer tiene que pasearse con un vestido.
Que nos enamoramos de
personas y no de sexos.
Que se puede estar
preciosa solo con la piel y que Disney no es real pero de allí también se
aprende.
Explicarle que el
camino parece sumamente largo pero con el tiempo te das cuenta que es
insoportablemente corto.
Y que no se preocupe,
que de las montañas, del mar y de los valles me encargo yo porque todo lo demás
solo le pertenece a ella.
Y en ella se quedará
para siempre.
Margalida Garí Font
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