Esta es una
historia triste, una historia de desesperación, quizás es una historia irreal,
pero es una historia que concierne toda la magia del universo y reposa en todas
las rodillas del amor.
Dice la leyenda
que en algún lugar del planeta tierra se encuentra prisionera un hada de una
belleza tal que su luz produce un dolor perverso y cautivador a aquél que posa
su mirada en su figura.
Hubo tiempos
mucho mejores para tal belleza, hubo tiempos de sueños, de viajes, de sonrisas,
de ilusión. Pero el hada había desobedecido las leyes del paraíso, se había
enamorado profundamente de un ser prohibido, un humano; no uno de esos
príncipes infantiles que salen en cualquier historia de cuentos felices falsos.
Ella se había enamorado de un humano cualquiera, un campesino que no veía otra
cosa que salir a conocer los enigmas de la naturaleza, un viajero de sueños y
un capitán de naufragios, un superviviente, un tirano, un cautivador y una
perfecta mezcla de locura e ilusión.
El mundo de los
seres mágicos, el coloquialmente conocido como paraíso, es un mundo enigmático
lleno de seres encantados y sueños felices. Pero hay una sola ley irrefutable,
leyes hay muchas pero esa es la única importante, los seres prohibidos jamás
deben descubrir el paraíso, quién se lo enseñe será condenado a permanecer
eternamente entre los dos mundos sin formar parte de ninguno de los dos, ser
invisible para ambos pero consciente de cada suspiro de sensaciones. Es decir,
estará condenado a sentir, ver y oír sin ser sentido, visto u oído. A la eterna
soledad ambulante hasta que el dolor de aquello que está viviendo se apodere de
todo su ser y, en palabras textuales, le mate.
El hada, a pesar
de todos sus esfuerzos, había sucumbido a los poderes del amor. Tardó años en
descuidar sus esfuerzos para permanecer oculta entre cualquier cosa e impedir
ser vista para el campesino. Pero el sentimiento se hacía cada vez mayor y le
apretaba el pecho con todas sus fuerzas.
Un día el
campesino se perdió por el bosque, le pasaba constantemente porque
constantemente estaba sumergido en el color de una flor, la alzada de un árbol,
las huellas de un animal, el dibujo del vuelo de un ave, etcétera. Pero ese día
no había manera de encontrar el camino y estaba oscureciendo. Desesperado, el campesino empezó a llorar de
impotencia y de rabia.
El hada al ver
esa imagen no pudo resistirlo y posó su diminuto cuerpo en la mano del
campesino. Este al principio, pensando que era una libélula, movió suavemente
la mano para que esta siguiera su camino. El hada realizó una piruleta y
mantuvo el equilibrio dejando una trayectoria perfecta de polvos mágicos.
El campesino
abrió los ojos de par en par e hizo un movimiento brusco hacia atrás ciego por
el brillo de esa cosa diminuta.
Bastó un
segundo, un segundo de nada para enamorarse completamente de ella, de sus ojos,
de su inocencia, de su fragilidad y de su belleza.
El hada supo al
instante que estaba perdida, que si los grandes Gnomos sabían lo que había
hecho la derivarían sin ningún tipo de piedad al mundo inter-mundo, pero no lo
pensó, se dejó llevar por su corazón, por lo que éste le decía. Si tenía que
vivir un momento de felicidad efímero sería con el amor al frente. Y así lo
hizo, desobedeció la máxima ley del Paraíso y le empezó a amar.
Hay muchas
leyendas sobre hadas, ninguna cierta, las pocas que hay son errores de los
seres mágicos por haber desobedecido la ley en nombre del amor, rastros de su
presencia que los grandes Gnomos no consiguieron borrar del todo de la tierra.
De todas formas en ninguna se dice lo que mencionaré a continuación.
Cuando un hada
se enamora de un humano y ese amor es amor verdadero, el hada aumenta su tamaño
hasta adaptarse a la estatura humana y hacer más amena esa relación. El hada de
nuestra historia tuvo ese efecto con la mirada del campesino.
Claro está que
con esa virtud los seres mágicos se percatan mucho antes de que se haya violado
la máxima ley de su mundo, aun así tardaron doce horas en averiguarlo. Las doce
mejores horas de las vidas de ambos, créanme.
No usaron las
palabras, puesto que las hadas no pueden hablar, tampoco las necesitaron. Se
comunicaban por el tacto, por la mirada, esa mirada profunda y penetrante que
te encadena al otro ser. Se amaron, pasearon, se explicaron cómo eran sus
mundos, que seres habitaban en ellos i cuales eran las comidas mejores para
saborear, volaron con los polvos mágicos del hada, corrieron con las piernas
del campesino, cantaron, bailaron, volvieron a amarse y se quedaron
profundamente dormidos.
El hada jamás
despertó, simplemente se vio sumergida entre los dos mundos sin abrir los ojos
(sabía que abrirlos significaba verificar la realidad), el campesino despertó a
la mañana siguiente en medio del camino pensándose que había sido un sueño y
nada más.
Aun así el
campesino, aun hoy en día, sueña todas las noches que se reencuentra con la
belleza de un hada. No sabe muy bien porque, pero busca en todas las mujeres
esa mirada y esa magia que sabe que no encontrará en otros ojos. Sin embargo sabe
que ella está en algún lugar, sabe que sueña con ella porque ese es el único
modo que ella tiene de comunicarse con él. No entiende lo que ha pasado, ni
siquiera está seguro de que haya pasado, pero la siente tan profundamente como
la primera vez que la vio y por mucho que intenta perderse en el bosque de
nuevo día tras día, nunca más la volverá a ver y eso siempre lo ha sabido.
El hada observa
el campesino desde la prisión de su mundo, se siente sola y eso la mata poco a
poco por dentro, siente que no volverá a sentir esas manos rozando sus alas ni
volverá a besar a esos labios como si fuera posible no respirar, siente que le
quedan pocos días de vida, que su luz ya es muy tenue y que el amor que siente
por el campesino está agotando su existencia, la está agotando porque la hace
seguir en la prisión aun estando sola, aun sintiéndose sola, ella permanece
allí, queriéndole, amándole, intercambiando días de vida por segundos de sueños
de él. Porque en el fondo, el hada sabe que el precio que tiene que pagar no le
sale nada caro comparado con el hecho de no intentarlo, de no insistir en
seguir de pie, en seguir brillando, aunque solo sea un poquito de luz. Una luz
ya casi transparente.
Cuentan que el
hada aun sigue viva, que ya es incapaz de abrir los ojos, que sus fuerzas están
sin fuerza y que lo único que le hace insistir en su tenaz idea es que el
campesino aun está vivo y que vive gracias a los sueños que ella le regala.
Cuentan que el
campesino ya es muy viejo, que ha vivido tantos años que su celebro ha dejado
de ser cuerdo. Cuentan que se pierde en el bosque y dice que busca la magia de
un hada, que su locura hará enloquecer el mundo y que sin ella el mundo ya
estaría completamente loco.
Cuentan que los
grandes Gnomos lo observan todo desde el Paraíso, que jamás habían visto tanto
dolor, tanta belleza y tanto amor junto. Cuentan que los grandes Gnomos les
dejaran morir en libertad, que les concederán doce segundos para que puedan
hacerlo.
Cuentan que la
leyenda es real.
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El hada supo que
había terminado todo, lo supo porque su luz se había apagado completamente,
sintió el dolor de su amor, y sintió toda la soledad que éste conllevaba. Pudo
abrir un poco los ojos para verle a él. Estaba tumbado en el bosque y lloraba
porque sabía que también le había llegado su hora y no había conseguido ver el
hada.
Ella le rozó sin
fuerzas la mano, él sintió electricidad en su piel y le dio la suficientemente
fuerza para girarse hacia ella. Ella abrió más los ojos y su cuerpo se llenó de
luz, una luz resplandeciente y hermosa. Él hizo una sonrisa y el hada creció
hasta formar las medidas estándares de una mujer humana. Él perdió toda señal
de vejez y abrazó el hada. El hada hizo aun más luz y le devolvió el abrazo.
Y allí, entre la
inmensidad del bosque, en medio de la nada, entre el Paraíso y la tierra, entre
el mundo perdido de la magia y el mundo jamás encontrado de la realidad,
dejaron al universo los dos últimos suspiros de sus cuerpos. Inmediatamente
después desaparecieron.
…8,9,10,11,12…
Fin.
Margalida Garí Font.