miércoles, 20 de agosto de 2014

Promeses

Et prometo que no tots els dies seran de colors,
et prometo que hi haurà més d’un drac malvat escalant els nostres cervells,
et prometo que no serà fàcil fer l’elecció entre amunt o a baix, a la dreta o a l’esquerra, davant o darrera,
et prometo que no hi haurà rams de flors ni nits d’hivern sense abric,
et prometo que no et podré regalar la lluna, tampoc el sol o les estrelles, però si et regalaré besades, somriures i horabaixes musicals,
et prometo que en un futur llunyà nosaltres també ens apagarem com les espelmes, però la nostra llum brillarà dins els que deixem enrere i entre les arrels d’un ametller,
et prometo que hi haurà èpoques on la distància serà molt llarga, i la calor molt freda però els cors seguiran a prop,
et prometo que no morirem d’un desamor ni passarem anys de Disney, però la nostra rialla serà com la dels contes de fades,
et prometo moltes baralles, algunes de molt grans, i et prometo moltes més reconciliacions, algunes de gegants,
et prometo viatjar lluny, m’és igual si amb la ment però agrairia que també fos amb el físic, et prometo que, si tinc l’oportunitat, et presento Àfrica i la seva olor,
et prometo milers d’escrits, de històries breus, de detalls i de grans enciclopèdies inspirades amb el teu nom,
et prometo un tassó de xocolata, un pastís de poma i una llesca de pa amb tomàtiga de casa,
et prometo els vestits llargs, la corona invisible de princesa i el pintallavis vermell maduixa,
et prometo la foscor, la llum, la boira, la Tramuntana i Llevant, l’orgull de veure’t sota un pi cantant als teus fills,
et prometo gaudir de la bauxa, cap vespres de cafè i granissat de síndria, platges d’estiu i cinemes d’hivern,
et prometo l’abecedari, els malsons d’estudi i la felicitat de la superació,
et prometo la mà a les caigudes, la paret a les accelerades massa prèvies, la finestra per escoltar els canaris i la butxaca màgica del Doraimon,
et prometo l’Atlàntica, l’illa Creta i el Coliseu,
et prometo els llums poc ecològics del Nadal, els dinars familiars i el recital d’alguns escrits importants,
et prometo l’oratge del començament de tardor, la misèria de menjar d’un restaurant car,
l’or dels teus ulls i la lluna amb la pruna dels dotze anys,
et prometo l’orgull, la discòrdia, el perdó, la pau i tot l’amor,
et prometo la llar a les nits de tempesta i el camp a les estrellades,
et prometo els records de l’ahir, el moment de l’ara i les prediccions del demà,
et prometo Roma, Argentina, Rússia, Anglaterra i la nostra preciosa illa mallorquina,
et prometo una dedicació, decimals d’abraçades i molts d’intents per no barallar-me amb les injustícies del món, també et prometo barallar-m’hi el triple si tu m’ajudes,
i, de totes les promeses que et prometo, només n’hi ha una que prometo prometre-la fins que no pugui prometre prometre’t res més:
Et prometo que no puc prometre’t estimar-te, perquè estimar-te no és un pla de vida, sinó l’objectiu d’aquesta.




Margalida,

A na Bàrbara, sa meva germana, perquè és la inspiració de la meva ploma i l’escalfor de la meva llar mental.   

Frase I

Però vaig aprendre una cosa important del paradís:


La bellesa d’una rosa no pot obviar-se 
despines


Margalida





domingo, 17 de agosto de 2014

Ahmed

Habían pasado tantos años que el soldado ya no podía recordar si hubo más días de sol que de lluvia o más lluvia que sol, tampoco recordaba el olor que hacia la tierra ni el color de esta, casi había olvidado por completo el lugar geográfico, sus compañeros de batallón y el sabor del whisky americano. Y, sin embargo, tenía perfectamente tatuado en el cerebro los ojos de Ahmed, el color era como el de todos los Ahmeds, color del barro, pero la mirada era penetrante, realmente penetrante.  
Ahmed le dijo el primer día que no se había escapado, le mintió a él, a un soldado no americano pero que se suponía luchaba con ellos y para ellos y él así lo gritaba todas las mañanas con orgullo. Ahmed sí se había escapado de su barrio y de su familia, pero entonces le dijo que no, que estaba de visita para ver el Gran jefe gringo. El soldado se quedo como perplejo al comprobar dicha situación pero quién sabe el porqué decidió seguir escuchando en vez de avisar a la cuadrilla que estaba demasiado ocupada buceando dentro del whisky americano.
El soldado le dijo que debería estar pensando en dar media vuelta si no quería problemas y Ahmed respondió que los problemas ya estaban allí sin que él se diera la vuelta. Lo dijo casi sin pensar, y eso que su estatura no le acompañaba en su discurso de visitante. Ahmed mencionó que había cruzado el río de cocodrilos y que un acto tal requería, al menos, ser escuchado por el Gran jefe. El soldado rió. Él sabía que el “Gran jefe” de Ahmed ya le había matado mucho antes de que el peregrino decidiera ir a visitarle.
“Ustedes ríen por todo señor, pero hacen un mal uso de la risa. La risa es para divertirse o para reírse de uno mismo, me lo dijo mi abuelo. La risa, señor, no es para reírse de los demás. Presumen de saber mucho, mucho más que mi pueblo y todos los pueblos de estas tierras, pero señor, ¿no os enseñan en vuestro pueblo las cosas simples? La risa no es para reírse de los demás señor, es una de las primeras clases que damos aquí.”

El soldado paró de reír, le molestaban las palabras de Ahmed, su mirada, su cuerpo y hasta su visita, aún así, era incapaz de llamar a la cuadrilla. Ahmed era un niño que no debía tener más de siete años y él no podría haberse llevado consigo el asesinato de un individuo tan joven. Eso no se aprendía ni con los años ni con el coraje. Los niños eran otro cantar y todos lo sabían, incluso el “Gran jefe” de Ahmed.
“Joven- dijo el soldado- no me haga perder el tiempo y de media vuelta, su “gran jefe” está demasiado ocupado en los saberes gastronómicos, unos conocimientos que usted no podría entender.”

Ahmed era testarudo, cuando tenía dos años se negó a salir de su cabaña durante tres días hasta que su padre lo agarró del pescuezo, el motivo de quedarse allí dentro fue que adentro se estaba más solo, a los cuatro años cruzó el río de cocodrilos por primera vez, ese día se llevó la mano de su madre marcada en la mejilla y los saberes del nadar, a los cinco años pasó tres semanas en el bosque para encontrar un caballo blanco que le había aparecido en sueños, volvió sin el caballo, muy delgado y con una sonrisa de oreja a oreja gritando como un loco que se había equivocado, el caballo de su sueño era invisible cuando él se despertaba, a los seis años le dijo a su primo mayor de doce años que iba a construir el túnel más profundo y largo del mundo para poder cruzar al otro lado de la frontera y hablar con el gran jefe sin pasar por los soldados. A los treinta días de excavar había conseguido un primo menos en sus aventuras, unas manos que ningún pintor querría, y un agujero de dos metros de ancho por cuatro de largo que los soldados taparon con tierra y si no hubiera sido por los gritos de la madre, Ahmed se hubiera quedado dentro. Y a los siete años Ahmed decidió empezar por los soldados y saltarse la parte del túnel o usarla como plan B.
Así que allí estaba, atado al suelo, enfrentándose a un soldado y haciendo uso de una actitud completamente inapropiada teniendo en cuenta las circunstancias. El país, según los informativos más influentes de Europa, hacía años que estaba en tensión pero la verdad era que nunca había habido tensión alguna, sino una guerra silenciosa para el mundo pero eterna para los habitantes de la zona. La desnutrición y deshidratación ya era algo tan habitual que ni siquiera llamaba la atención a los que la padecían, la falta de un hogar digno tampoco era lo más importante para ellos, “uno se acostumbra a vivir entre la mierda” dijo muy posteriormente el Primer Ministro, sin embargo, no pertenecer a ningún lado, no ser nadie ni tener un sitio al que llamar lugar, eso no lo resistía ninguno de ellos. Por eso Ahmed fue a hablar con el gran jefe y por eso el gran jefe le mató.
“Señor- dijo Ahmed de nuevo dirigiéndose al soldado- resulta que cuando me estaba acercando a vuestro campamento pude decidir si ir a la izquierda o a la derecha porque vi que hay entrada en ambos lados, y estaba seguro que lo mejor era ir por el otro lado ya que aquí donde está usted es un lugar más apartado y la arena entra en los ojos todo el tiempo por la ubicación, muy mal lograda hay que decirlo, de la puerta que hay a su espalda, pero me encontraba ya a medio torcer de pies cuando vi un lagarto que iba a su encuentro, y ¿sabe que pensé? Pensé que no es época de lagartos y que era extraño ver uno con tanta seguridad de decisión. Y le vi a usted, a lo lejos, y se me ocurrió que quizás usted sabría porque en esta época del año los lagartos han salido y porque solo en su campamento. Nunca he puesto en duda la sabiduría de los lagartos, ellos no son tan hermosos como los felinos pero tienen la destreza de poseer el conocimiento de la duda.”

“Joven- dijo el soldado- los lagartos salen porque este es un sitio de lagartos, ¿acaso no nos has visto? Así que si quieres ir a contar a tu familia que has visto lagartos será mejor que vayas empezando a irte hacia tu casa”

“A cualquier cosa le llama usted casa, señor- siguió el muchacho- pero estaba yo pensando que si ustedes son lagartos, ¿no sería mejor no salir en estas fechas? Los cambios bruscos de frió calor les va a deshacer la piel y a helar el corazón, eso también me lo dijo el abuelo. Me dijo que una vez vio un lagarto con el corazón tan congelado que hasta se le congeló el suyo, y créeme, el corazón del abuelo hasta de muerto permanecía caliente, señor.”

El soldado empezaba a inquietarse pero ese niño tenía un bufón en la lengua y sus palabras le hacían pensar. La imagen no era común, un niño hablando con un soldado enemigo no era algo que se viera todos los días. Poco a poco el soldado empezó a sentir una cierta simpatía por el parafraseo del muchacho y sin darse cuenta dejo de ponerse a la defensiva i comenzó a adentrarse en el dialogo.

“Niño, era solo un modo de hablar, solo Dios sabe qué carajo hace el bicho ese por aquí, quizás te ha visto venir y se ha dado prisa en marcharse, lo que no me extrañaría, hasta el mismísimo todopoderoso huiría de un mocoso como tú. Y ya que estamos, ¿se puede saber qué necesidad tienes de hablar con el coronel? Eres valiente, no cabe duda, pero de la valentía a la temeridad no hay un paso siquiera. Vete con cuidado niño, el coronel no dudará en apretar el gatillo. Me consta que anteayer le dio salida al infierno a un chaval que debía andar por tus mismos años. Aquí no se puede jugar con fuego niño, esto es el segundo infierno”

“Señor- repitió el niño- discrepo en sus afirmaciones, por lo que tengo entendido vuestro infierno se parece más a nuestro modo de vivir actualmente que a su bonito campamento. Quizás nosotros no tengamos oro para comprar bonitas chozas pero a ustedes el oro les comió el cerebro. El infierno no está aquí sino allí, al otro lado del rio, no lo veis porque ni siquiera queréis mirar. Se supone que están aquí para proteger a nuestro pueblo vecino de nosotros, pero no protegen a nadie,  ni a sus propias almas. El oro les ha frito las neuronas, señor, las tienen ustedes bien carbonizadas, que es como hay que tenerlas para asesinar a alguien que jamás les ha hecho nada. Si quiero ver el gran jefe es para hacer un intercambio, mi vida por la libertad de mi gente. Antes pensaba podría lograrlo con palabras, ahora sé que no, que con la fritura de cerebro que tienen ustedes eso no es posible. Por favor, déjeme hablar con él.”

“Niño- volvió el soldado- un respeto, que a las almas las tenemos bien protegidas, de tu palabrería, por ejemplo, que es de lo que las hay que proteger para que no se ablanden y se vuelvan como el alma del Ordoñez que se dejo engatusar por una mujer de tu clase y el coronel tuvo que mandarlos a los dos al séptimo cielo de un disparo, había que preservar el miedo o ya os tendríamos a todos como el lagarto que viste, buscando por donde comer. Sea como sea, no puedo dejarte pasar, el coronel no aceptará y si lo hace será por el gusto a matar, te quitará del medio y todo seguirá igual, sus promesas no valen dos centavos. Y será mejor que te vayas antes de que él te vea si no quieres cumplir mi predicción. Me caes bien chico, pero el jefe manda y tu y yo no somos amigos.”

“Señor- contestó el niño- aun sin ser amigos, ¿sería mucha molestia que viniera a hablar con usted de vez en cuando? Es solo protocolo, verá, ustedes tienen el cerebro pocho, y yo quiero ver como resucitarlo, para ello necesito contacto directo con sus cortacircuitos. Serán solo por un tiempo, hasta que les cure y pueda pensar que trato sí cumplirá el gran jefe.”

“Tengo que responder que no –dijo el soldado-, porque aun te pegarán un tiro y lo tendré en mi conciencia. Aunque, si algún día te pierdes, y vienes a parar por estos limonares, no podré negarte mi voz para mandarte al diablo, joven.”

Ahora, eternidades más tarde, no se acordaba de las prendas que llevaba el niño cada vez que le iba a visitar, pero sí de que le visitó demasiadas veces como para no darse cuenta de que el gran jefe le metería un balazo sin pensar. Solo ahora, el soldado admitía que eran amigos. “A él nunca se lo dije pero yo sé que él lo sabía.”
El día que el coronel les encontró a los dos sentados dibujando con un palo sobre la arena unos símbolos que ni el presidente habría entendido, fue el mismo día que el  despertador del soldado se había roto y había pedido permiso al coronel para uno nuevo. El coronel iba a regalarle uno suyo por buena conducta y total fidelidad a la cuadrilla, se lo estaba trayendo en persona junto a un cigarrillo de los años 90 cuando vio que el soldado estaba acompañado por un joven de origen chuchuá. Al principio el coronel pensó en un preso, pero después se acordó de que no era fecha de presos, sino de miedo y paz. El soldado se levantó como un rayo y le hizo el saludo oficial. El niño les miraba a ambos con unos ojos que parecían traspasar sus cuerpos. Al coronel le molestó la imagen desde el primer momento pero quiso escuchar al soldado. Al niño parecía despertarle curiosidad la situación. El soldado, sin ninguna duda, estaba aterrado.
Aún hoy recordaba cómo le tembló el pie derecho en aquel momento, “parecía un pollo mojado en sudor”. Eran otros tiempos, los lugares de guerra nunca iban al mismo tono que los que no lo estaban, allí nadie sabía nada, nadie conocía a nadie y nadie era mejor que el diablo. Allí había que sobrevivir como se podía, “yo solo quería ser recordado por mi labor y ser un héroe, ¿saben?”. Ahora sabia que los héroes solo son tales para el partido ganador, para los que pierden no quedaba nadie, ni siquiera los propios perdedores.
Solo habían pasado seis meses desde el primer encuentro con el niño pero el vínculo entre ambos personajes era prácticamente de hierro. El soldado hacia como si vacilar y el niño le estampaba su parafraseo infantil e inteligente como moneda de cambio.


El día anterior al encuentro con el coronel ambos personajes habían llevado a cabo una profunda conversación que el soldado, ahora, años luz más tarde, aun recordaba a la perfección.
“¿Sabe lo que me parece, señor?- dijo el niño antes incluso que hacer el, ya habitual, saludo- lo de ustedes no es un problema de achicharración neuronal. Puede estar tranquilo, sus neuronas están en perfecto estado. El problema de ustedes es que les han enseñado a defender algo que no tienen con promesas que jamás se cumplirán esperando un nombre o etiqueta que nunca llegará. El problema de ustedes es que aprendieron a luchar en nombre de su país, de sus riquezas y de su propio ego, pero se olvidaron de los derechos a la vida digna, a la tierra, al agua, a la libertad y hasta al saber. El problema de ustedes es que les enseñan a odiar antes que a querer, que lo que piensa la gente de su lado del muro son los que tienen la verdad absoluta e incuestionable sobre todas las cosas y que todos los demás somos escoria que hay que eliminar. El problema de ustedes, señor, es que su inteligencia les convierte en unos completos ignorantes. Sí, eso es lo que me parece, señor, que el problema es un problema de ignorancia. Y podrá usted decirme que se saben las cinco mil formulas matemáticas de construir un explosivo, de organizar un buen escuadrón de batalla o de leer los símbolos manuales de los demás compañeros, entre otros infinitos conocimientos. Sí, podrá usted discrepar en mi diagnostico diciendo eso, pero yo le diré a usted otra cosa que también me dijo el abuelo, médico por cierto, los conocimientos que no se aprenden con amor no sirven absolutamente para nada, cualquier conocimiento que implique odio, rencor, venganza, etc., solo sirve para una cosa, la ignorancia. Así que, es cierto, ustedes saben mucho de muchas cosas que mi gente y yo mismo no tenemos la menor idea, pero ustedes, por saber tanto de eso, no saben nada de nada.”

El soldado se quedó sin palabras, el discurso del chico era difícil de derribar y durante esos seis meses de charlas, cada vez sospechaba más que lo que decía el niño era, al menos, en parte, cierto.

“Chico- dijo el soldado- nos enseñarán muchas cosas, pero ser lo que somos lo decide cada uno por su cuenta. Creo que yo no puedo presumir de ser una gran persona, recuerda que iba a dispararte yo mismo de haber tenido el coraje, pero puede que algunos necesitemos que nos enseñe alguien de quién no nos fiaríamos en otras circunstancias. Es decir, yo te deje entrar en mi vida por diversión, aquí uno se cansa de ver el mismo tipo de personas con el mismo tipo de sabiduría. Tú me has enseñado mucho más que toda esta gente, puedo estar o no de acuerdo con tu discurso, pero no puedo negar que me creas la duda en todo lo que esto concierne. Tal vez si yo fuera tú y viviera en la aldea también pensaría como tú lo haces, tal vez ya lo empiece a pensar ahora o tal vez siempre lo pensé, quién sabe. Tal vez nunca hay un tal vez…”

Intercambiaron dos palabras más ese día pero el chaval tenía prisa por explicar su diagnostico a su primo mayor que ya había vuelto a recuperar a cambio de una bala del soldado que éste le regaló como muestra de poder unos días atrás.
Pero el día del coronel todo se complicó. Iba a ir bien si ambos explicaban que el niño se había perdido o algo parecido, pero el niño ya tenía mala fama entre los militares y tampoco parecía estar muy dispuesto a inventarse nada ni a mentir.

“Señor-dijo el soldado- estaba diciéndole a este chaval que si me enseñaba su idioma tal vez se nos entendería mejor en los mensajes de visita a su gente que tenemos programados.”

El coronel miró al niño varias veces, después miró al soldado otras varias veces, miró los símbolos, miró el entorno, volvió a mirar al niño y posó su mirada final en los ojos tímidos del soldado.

“Sabe oficial- anunció al fin el coronel- iba yo viniendo a verle con un reloj muy apreciado para mí. Estaba dispuesto a dárselo como obsequio y homenaje a su labor. Jamás he tenido ninguna queja de usted oficial. El más puntual, el primero de su cuadrilla, el que menos emociones perjudiciales muestra hacia lo que es nuestra misión, el más leal a nuestro país y a nuestra gente. Toda una joya para los que estamos aquí. Sin embargo, el acto que está usted llevando a cabo ahora mismo no me parece a mí que sea el de un gran soldado. En primer lugar el enemigo está en territorio oficial y nadie ha sido informado, la información es una de las primeras normas del ejército. En segundo lugar, la postura que ofrecéis, más la mirada de éste crio y la inmensa cantidad de arena marcada me corrobora que no hay aquí la confianza de un solo día ni de dos. Ustedes están tramando algo, quizás no ofensivo, pero estoy viendo vínculos, oficial, y los vínculos con el enemigo son una prohibición más que prohibida. La degradación de esta ley le convierte automáticamente en traidor y cómplice del enemigo. Corrígeme si me equivoco, ¿es o no es la alianza con el enemigo el gran pecado capital del ejército, peor que la traición a un compañero de cuadrilla y peor que el abandono de la misión? ¡Conteste soldado!”

“Gran jefe- interrumpió el niño- el soldado le dice la verdad, ha sido culpa mía que nos demoráramos más de la cuenta en las clases de lengua. Pero, señor, entiéndalo, solo soy un niño, el ejercicio de profesor aún me queda un poco grande. Lo que a un hombre como a usted le tardaría minutos a mi me supone horas. Si hay algún culpable soy yo mismo, señor. No les avisó de mi presencia porque yo se lo pedí, pensé, ¡oh equivocado de mi!, que a ustedes les aburrirían las clases de lengua de un niño. Cada uno sirve para algo, ya ve señor, yo preferiría la música a las letras pero mis padres decidieron que lo mejor era la ciencia y es en lo que me voy a formar en cuando salga del campo.”

“Chico- dijo el coronel- nadie te ha pedido en esta comida. Mi experiencia como soldado me ha enseñado que lo inocente nunca es tan inocente y lo culpable nunca es tan culpable. Si lo que dices fuera verdad no estaría el soldado mostrando su mirada más desesperada ni caería por su frente sudor alguno. En cuanto a usted soldado, ya me encargaré de que vuelva a su hogar y duerma bien calentito debajo de cuatro mantas. Aquí ya no me sirve, ha traspasado la línea enemiga. No la física, esa la pasamos todos los días, pero si la sentimental. ¿O me dirá usted que si le pidiera que disparara a éste chico ahora mismo podría hacerlo? ¿Y a su familia? ¿Y a su gente?”

“Me temo que no, señor- dijo el soldado- no podría dormir del remordimiento. Pero no por lo que usted cree, señor. Le mataría sin ninguna pena si usted me asegurara que él es culpable, que es el autentico enemigo, el mismísimo Satán, señor. Le mataría sin piedad si su gente deseara la barbarie, la destrucción, la guerra, y la conquista de nuestro país. Le mataría ahora mismo si así fuere, señor. Sin embargo, en este tiempo que llevamos ocupando sus tierras y perpetuando sus muertes como si de ganado se tratara, no he visto señal alguna de odio en sus ojos. Ni siquiera nos miran con odio cuando les visitamos. Son miradas de esperanza, de anhelo, de liberación, de piedad, señor. Ellos no quieren nuestro oro, ni nuestras casas, ni las casas de sus vecinos, no quieren Europa ni ser europeos, quieren paz, quieren vivir. Señor, ¡creo que solo quieren vivir! Nosotros sí somos el enemigo, el nuestro propio. Nuestra avaricia nos permite pasar sin cargo de conciencia por miles de vidas humanas, nuestro gobierno nos perdona nuestros pecados y nos prepara un paraíso, y ¡qué paraíso!, el mejor y, sin embargo, es uno terrenal, allí arriba, señor, allí a lo lejos solo nos esperará el infierno. El enemigo, señor, no está cruzando el rio de cocodrilos, sino dentro de uno mismo. Él me lo ha enseñado, este chico se merece mucho más el cielo que tres mil cuadrillas como la nuestra, y nosotros les pagamos con el infierno. ¡Dios, señor, no perdonó al diablo, su benevolencia no pudo alcanzarle porque el diablo no quería ser perdonado! Nosotros, señor… ¡Nosotros somos los hijos de Satanás!”

El coronel se llenó de cólera, su mejor oficial había sido hechizado por un brujo chuchuano de un metro de largo por un cuarto de ancho. Él como primer personaje ejemplar del escuadrón no podía permitirse enseñar una muestra de debilidad tan clara a sus hombres. Era la primera ley, no alianzas enemigas, no había nada peor que ésta, ¡ni una sola peor! Los demás soldados se habían ido acercándose poco a poco atraídos por los gritos y el cuerpo de un niño de ideas contrarias. El coronel debía cumplir con su papel, ser un hombre recto, de ideales marcados, leal a su país, un ejemplo a seguir y la máxima autoridad de los soldados. No podía permitirse que sus ideales se pusieran en duda, sus hombres le comerían los sesos poco a poco si no imponía su poder.
Ahora, eternidades más tarde, el soldado lo recordaba nítidamente, como una pesadilla que le torturaba cada noche, “ustedes, los periodistas solo buscan deslumbrar con sus titulares, imágenes o escritos, disfrutan con ésta historia, lo puedo leer en sus ojos, pero si hubieran estado allí, les aseguro que no querrían ejercer más en lugares de guerra. El coronel ni siquiera se lo pensó, ¿saben?, lo hizo como quien pisa una hormiguita. Me cogió mi fusil recién cargado y disparó en el blanco, me dio el reloj y se fue como un fantasma. Y eso era en lo que le había convertido el ejército, en un puto fantasma.”
            Lo que el soldado no había explicado en su entrevista fruto de su regalo de jubilación que les proporcionaba el ejército a todos los soldados, aún cuando hacía años que ya no ejercían en la profesión, fue lo que pasó segundos antes que el coronel disparara al crío, eso solo lo sabía él, ni siquiera su mujer había tenido acceso, en vida, a tal información.
            Ahmed predijo su futuro mucho antes de que el soldado hablara y se había estado mentalizando desde el primer momento que divisó al coronel acercándose a ellos. Ahmed estaba contento, no había liberado a su pueblo, tendrían que pasar muchos Ahmeds para ablandar al coronel, hasta dudaba si también tendrían que pasar muchos coroneles para que uno solo escuchara a un Ahmed, pero había sido testigo de que podía acercarse uno al que se suponía era el enemigo y convertirse en su amigo. Había sido aceptado, escuchado y creído. Había olido el perfume de la libertad en las historias del soldado y había aprendido a ser paciente y a no perder la esperanza en el ser humano. Ahmed se había convertido en la voz de todos los pueblos injustamente tratados y había aceptado su parte del papel.

            “Señor- le dijo Ahmed al soldado cuando este terminó de hablar con el coronel,             minutos antes de que el coronel decidiera matarle- ¿cree usted que los pájaros traspasan fronteras?”

                “Ahora no, chico, - respondió el soldado que estaba pensando a velocidades gastronómicas un plan para salvar al niño- hablaremos de ello mañana.”

                “Yo creo que sí, señor- continuó Ahmed- creo que los pájaros, si están en jaulas no pueden irse muy lejos porque les da miedo no tener la protección de sus barreras, pero que si se atrevieran, no querrían volver a meterse jamás en un sitio de esos. Se pasarían el día y la noche cruzando de frontera en frontera, libres…Señor, estoy seguro que los pájaros que se ven por aquí son las almas de mi pueblo cuando les matan. Deben regresar, imagino, de la China, de Perú y hasta de Inglaterra, y estarán ansiosos por contarnos a los que aun estamos enjaulados como es la libertad. A veces he hablado con alguno pero tendré que practicar más su lenguaje porque no los termino de entender. Son como el caballo blanco de mis sueños que es invisible en la realidad, solo puedo sentirles, pero no entenderles y mucho menos dialogar, señor. Pero estoy seguro, señor, ahora lo veo claro, los pájaros, aun encadenados al cielo, traspasan todas las fronteras que quieren. Usted también será un pájaro, estas cosas se saben, señor. Usted ahora no lo entiende pero lo será y podré enseñarle todos los lugares del mundo, y la paz, señor, primero le enseñaré la paz. Me pregunto qué lugares me enseñará a mí el abuelo…”

            Antes de que el soldado pudiera responder, de nuevo, que no era el momento y que lo discutirían mañana, el coronel ya le había quitado el fusil recién cargado y le había enchufado el balazo en la sien al niño. El ruido del disparo espantó muchas de las aves que reposaban a su alrededor, Ahmed, no obstante, murió sonriendo.
Hoy, años, demasiados años, después, el soldado recordaba a aquel muchacho como si de su hijo se tratara. Después de aquello su vida había pasado varias etapas, unos primeros años que nadaron en alcohol y vinilos de jazz, una segunda etapa en que conoció a su mujer y ángel de la guarda y le rescató de su pozo sin fondo hasta que, ahora hacia un año, la vejez se la había llevado en forma de paloma blanca, y una última etapa actual, en que recordaba a Ahmed de un modo que nunca antes había hecho, como si estuviera con él, esperándole ansioso para enseñarle a cruzar fronteras y, sobretodo, enseñarle la paz.
Los ojos de Ahmed le aparecían en todos los pájaros que se le cruzaban y el sonido de su voz volvía cada vez que escuchaba sus cantares. Nunca había sabido que le había enseñado exactamente la guerra, los periodistas que estaban ahora terminando de añadir algunos apuntes en su cuaderno tampoco lo sabrían, ni aunque presumieran de ello, pero si sabía lo que le había enseñado Ahmed, su enemigo y amigo más intimo:
“Pero estoy seguro, señor, ahora lo veo claro, los pájaros, aun encadenados al cielo, traspasan todas las fronteras que quieren.”

Margalida,
A todos los Ahmeds del mundo, a todos los soldados que les escucharon, al derecho a la vida digna, a la libertad y a todo aquel que lucha para devolverles tales derechos y, sobretodo, éste relato va dedicado a la paz, a la risa y al amor que aun nos quedan.