Querida yo. Queridísima yo.
Con tan solo cinco cumpleaños ya te
pasabas las horas perdida en todas las ventanas de cualquier vehículo
imaginando vidas. Historias de hadas, de leones, de rizos que bailaban. Historias
sin dueño pero tuyas, para ti.
Con doce todas esas historias empezaron
a tener vestido de letras y papel y, sin saber por qué, te dejaste llevar, y
escribiste. Querida yo, hoy aún escribes las frases de todos tus sueños y las
frases de todos los sueños de otros.
Quizás algún día alguien las lea.
Mejor aún, quizás algún día a alguien le
sirva leerlas. Leerte. Porque tú eres tus letras.
Querida yo, has escrito a tantas cosas,
a tantos besos, a tantas risas…al amor, al desamor, a la amistad, a la
injusticia, a la pobreza, a la libertad, a la dignidad, a los recuerdos, a tu
profesión y hasta a las mismas letras les has dado la palabra.
De adentro hacia afuera. Jamás al revés.
Así como se escriben los latidos que
valen la pena leer. Es decir, todos. Porque un corazón que late es un corazón que tiene algo que
decir, tiene vida que gritar.
También perdiste querida yo.
Perdiste amistades, amores, personas,
objetos valiosos, otros de un valor nada material pero sentimentalmente
impagables. A veces ellos mismos se fueron solos, otras les dejaste marchar y
otras tuviste que aprender a dejarles ir. Aprender a soltar. Aunque duela.
Como a ese amor, como a esa amiga, como
a esos abuelos (soltarles sin soltarles es, aun hoy, algo que escuece, que te
remueve y te calma. Algo que aceptas pero no callas).
Querida yo, ¡pero cuanto ganaste!
Ganaste Perú y sus personas, ganaste
filosofía a pesar de que fuera a medias, y enfermería con todos sus baches.
Ganaste Madrid, Barcelona y República Dominicana.
Ganaste en familia. Una madre que es el
centro de lo que ahora eres tú. Un padre, la otra mitad de tú madre y tu propia
mitad. Una hermana, ese alguien por quien harías cualquier cosa, cualquiera.
Ganaste en perder algunas personas que
no te aportaban nada. Ganaste en perder muchas veces.
Ganaste en dejar ir algunas personas a
las que no les aportabas nada tú. Porque nadie es perfecto y tú tampoco lo eres
querida yo. A veces dueles.
Ganaste en abrazos, sonrisas, sexo,
silencios, música y literatura.
Ganar en arte es una preciosa forma de
vencerte.
Querida yo, también le ganaste a él. Y
no siempre te lo mereciste pero decidió quedarse y eso también es vencerte.
El amor es vencerte porque te vence
aunque te apartes. Porque no hay huida que valga cuando tú corazón late vida.
Que la vida siempre se grita.
Querida yo.
¿Qué más da mañana?
¿Qué más da el segundo después de ésta
palabra?
Querida yo, quizás tú ya no estés.
Ni tus letras, ni tu risa, ni tu mirada
en océano.
Perderte es no entender que en el tiempo
está el verbo irse, que en el futuro una se va y ya no vuelve.
Encontrarte es tu empezar todos los
desayunos con café de hoy.
No ir más allá.
No ver sin mirar.
No seguir sin pararte.
No equivocarte sin un volver a empezar.
Querida yo, tú solo vive como escribes:
caóticamente. Utópicamente, de adentro
hacia afuera. Y jamás al revés.
Margalida Garí Font