sábado, 19 de mayo de 2012

Con los ojos cerrados todo se ve más claro.


Con los ojos cerrados todo se ve más claro. Esa frase me la dijo una vez un viejo amigo y desde entonces cierro mucho más los ojos que antes. Muchas más veces que cuando solo los cerraba para dormir o descansar la vista.
Hoy les vi de nuevo, cerré los ojos para intentar transportarme desde aquí y les volví a ver.
La arena que se intercalaba entre los dedos de tus pies cada mañana cuando te levantabas de la cama y cada noche cuando se suponía que había que dormirse, vi los niños y niñas saliendo a zancadas de sus chozas a recibirnos: tiempo de juegos señores. ¡Con que energía ansiaban tal momento esos pequeños, y no tan pequeños niños!, escuché el ruido de los taxis y coches (carros para ellos) devorándome los oídos, lo mucho que echo ahora de menos esa locura de banda sonora, vi el espectacular paisaje de La Tortuga, sus montañas rojas arenosas, esa pureza aislada en forma de personas, ese caos político y religioso y esa sonrisa permanente en sus caras, el arroz con pescado de la más mayor de las mujeres. Vi mis pies sumergiéndose en el Pacífico, el congelado Pacífico, vi sus cangrejos asustadizos con nuestros pasos, las noches de hoguera en esa playa, el vino, el ron, las palabras sensatas en forma de incongruencias, la cerveza Cusqueña, ¡la puta felicidad peruana!
Todas esas imágenes y películas iban avanzando en mi cabeza a una velocidad catastrófica, abrí mis ojos. Añoranza.
Añoranza que hizo que los volviera a cerrar.
Aparecieron los Adobes, las casas para niñas que ya eran madres, sus bebes, su fuerza, su otra permanente sonrisa, su mirada. Esa maldita mirada que significaba gracias sin palabras, que significaba amor, que significaba grandeza. Aun hoy no consigo dejar de ver sus ojos con mi imagen en su interior, allí dentro, cautiva de ellos, enamorada de ellos.
Esas familias unidas, no la clase de unión que entendemos los europeos que debe haber en una familia, sino otra clase de unión, una mucho más fuerte, mucho más frágil y mucho más sincera, una que traspasa todas las estadísticas y curiosamente no esta estudiada en ningún libro estadístico, una unión que te atrapa y cautiva sin el más mínimo esfuerzo.
Vi la pobreza sonriendo, la injusticia a su acecho, la hipocresía política en las paredes de sus casas a cambio de una triste cantidad económica, las ansias de amor de los niños más desafortunados, las ansias de jugar (debería estar terminantemente prohibido y penalizado el no dejar ejercer el derecho a ser niños, debería estar terminantemente prohibido no dejarles otra opción de supervivencia que transgredir tal derecho), las familias desestructuradas, el puto VIH y sus prejuicios, las lagrimas de esas mujeres sin apoyo familiar, la fuerza de esas otras con ese apoyo, el gran nivel de actuación de los adolescentes en el grupo de teatro, la riqueza de sus conversaciones, el aprendizaje de nosotros los gringos, el enriquecimiento de nuestros corazones, el conocimiento de otros gringos con los que te sientes identificado, el aprendizaje unos de otros y en otros, la gran familia en que se transforma el todo, el gran todo que se transforma en familia.
Abrí los ojos. Paz, nostalgia, rencor, amor, tolerancia, yo.


Ese viaje me había cambiado para siempre, esas personas eran parte de mi y las sentía dentro mía, gritando esperanza, ser escuchados, gritando dignidad, gritando con susurros que existen, que no les dejes allí, que expliques su historia y la de muchos otros, que enseñes la verdad al resto, que luches para que deje de ser verdad, que te impregnes de otros que quieran ayudarte, que dejes el miedo dónde este debe estar, al fondo.
Y eso queridos es lo que voy hacer, y es por lo que debo prepararme el resto de mis días, para la batalla más importante de mi vida, una que se lucha sin armas de fuego ni de ningún tipo, una que hay que combatir con algo mucho peor, el celebro, la estrategia, el razonamiento, las palabras, los derechos de la vida. Una de esas batallas que lo más importante es sobrevivir con buenos resultados, en la que la muerte deja de ser lo peor y pasa a formar parte de la lucha, una de esas que nunca sabes cuando podría empezar y mucho menos prevés si algún día llegará a acabar.
Empieza la cuenta atrás…


Margalida Garí Font,
Tuvimos que encapucharnos para que ellos nos miraran a los ojos.

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