No, jamás he presumido de ser escueta en
mis preferencias, ni siquiera podría permitirme semejante lujo, pero, y a raíz
de múltiples lecturas de gran diversidades temáticas, me veo con la obligación
de renunciar, con crítica intelectual evidentemente, a una concepción de la
realidad como algo verdadero.
Quizás,
y eso es certeza, el origen de mis sospechas tuvo lugar, ya por aquel tiempo de
gran viscosidad, cuando, entre tantos otros textos, cayó en mis manos una
especie de relato ficticio según el autor, de «fíctiacidad» discutible según una servidora, que versaba sobre la
realidad percibida por los sentidos, exponiendo, de una manera demasiado
poética, dicho sea de paso, que las percepciones individuales son directamente
proporcionales al estado emocional de dicho individuo. Es decir, las vivencias
de cada uno influyen notoriamente al modo de sentir y enfocar distintas
situaciones. Siendo también de gran interés puntualizar, ya como fin del poema,
que la soledad es la gran distorsionadora, término discutible por otro lado, de
los sentidos.
Un
pensar de ese calibre se encontraba en mis manos justo en el momento del
descanso intelectual, entre la manzana de la media mañana (que conste que no es
casual que sea una manzana, y no un pomelo, lo que me disponía a devorar a modo
de provocación y teológica) y el té
hindú del después. Fue entonces, y no antes, cuando me percaté de la parte
sarcástica del mensaje; no es que, en realidad, la mente o, si así lo prefiere
el lector, el pensamiento humano, sea esclavo del propio individuo de modo que
esté sometido, imperturbablemente, al sentir de éste, sino que, y esa es la
mejor parte del lenguaje subliminar, el individuo es, indudablemente, el
esclavo de su propia mente, de allí que cuando ésta decide imponerse a la razón
general se vea desplazado en forma de espiral hacia el lugar dónde, la misma
razón, decida. Una jugada brillante, de eso no cabe la menor duda.
Aún
así, es fácilmente criticable el hecho de que dentro de tanto tecnicismo, no se
dice, en verdad, nada nuevo. Cierto porque, no es esa, sino otra muy distinta,
la intención.
Las
personas presumimos, al más puro estilo griego, de ser seres sociables. Tal
argumento ha sido duramente criticado y puesto en duda por múltiples pensadores
pero ni uno solo ha sido capaz de demostrar, ya desde la primera tesis platónica, su falsedad.
Y, de hecho, todo aquel que lo ha intentado, ha terminado por aceptar su
fracaso. Inminente, por cierto.
Todos esos pensamientos iban
persiguiéndome como el león a la gacela, cuando me surgió una duda de lo más
molesta, ¿Es el humano un Ser social porqué quiere el reconocimiento, sea del
tipo que sea, de la misma multitud? ¿Fama? ¿O, y esa, es mi propia versión poética
(que le vamos a hacer, una es hija de un contexto), anhela, ya como un suspiro
utópico, algo así como un encuentro amoroso? Entiéndase amor como cualquier
relación efectiva entre dos personas, ya sea parental como de pareja.
Analizando minuciosamente estos aspectos
me di cuenta de la imposibilidad de responder a dicho acertijo, no por falta de
experimentación y de estadística, sino más bien, por contradicción del
pensamiento. Es decir, y vayamos poniéndonos claros, que está la «espesividad» ya suficientemente presente en nuestro orden del día
político, existe una masa tan extensa de diferentes modos de pensar y sentir
como respuestas hay sobre el humano como ser social. Cierto es, y de eso no
cabe duda, que algunas reacciones a estímulos puntuales siguen un cierto patrón
en, prácticamente todos, los individuos, independientemente de etnias, épocas
históricas o creencias, del mismo modo, se ven alteraciones semejantes en individuos
que se encuentran en contextos parecidos, aún no estando, en la misma zona o
momento. Pero, ¿se atrevería a afirmar el lector que es esto una verdad
matemática, algo que es incapaz de suceder de distinto modo?
Tiendo a pensar, y eso es algo que viene
en mi desde hace un tiempo largo, que las pasiones, contrariamente de lo que
pensaba Platón, sí son el arma letal del pensar humano y que la razón,
sintiéndolo mucho, es prisionera, cómo también lo es el cuerpo, de semejantes
pasiones. No quiero decir con ello que la razón no tenga ni voz ni voto en este
duelo, de titanes hay que decirlo, ya que muchas de las veces será ella quién
guiará nuestros impulsos. De allí los deberes que tan familiarmente se
encuentran en nosotros y que, como todos sabemos, no son la mayor devoción de
nuestras pasiones, precisamente.
Aristóteles lo entendió muy bien y aún
no se lo hemos perdonado. Las grandes sabidurías (también lo fue Platón, y Marx
y Kant, por supuesto, entre tantos otros, y no tantos, hay que advertirlo, ya
que también se tiende a la generalización intelectual, cuando muchas veces es,
simplemente, intelectualidad fortuita) se suspenden en el rechazo de una gran
diversidad de envidias satíricas. El genio humano no tiene cabida en un rebaño
de ovejas, y así es como se lo hacemos saber constantemente. No es para nada
casual la supresión actual de la Filosofía en la Educación de España, por
ejemplo.
¡Hay Señor, si los sabios, y después los
filósofos, pudieran manifestarse! ¡No habría palabras para tantas tesis ni
Repúblicas que escribir! El intelecto yacería, ya desde gran tiempo atrás,
completamente calvo y las antiguas cabelleras
pobladas tendrían su propio círculo en el infierno de Dante…
El pesimismo humano invade mis
pensamientos casi sin yo darle permiso, no por no creer en la bondad misma sino
por no ser capaz de defenderla a grande escala, ya solo en pequeños ámbitos
olvidados que a nadie parecen importar. Y
aún así, casi agonizantemente, en el punto muerto entre la desesperanza y la
resignación, una luz se abre paso entre tanta niebla, y no alcanzo a vislumbrar
que es, ni siquiera sé si es luz, y no oscuridad, lo que ven mis ojos, tampoco
sé si son mis ojos los que ven o mi gran ansiedad de querer ver aun a costa de la
vista. Pero, al parecer, algo se haya allí a lo lejos como una luciérnaga
herida, tendiéndome el único tesoro, que aún queda en la caja de Pandora, la,
tan hablada,
Esperanza.
Margalida Garí Font
2 comentarios:
¿Y qué se puede hacer? Hemos tenido la vanidad de recoger bajo nombres propios montones de vivencias y variables, a sabiendas de que al día siguiente ya no serían las mismas y no las veríamos igual.
Un intrincado sistema todavía indescifrable forma nuestra psique, que atiende más a absurdos factores imperceptibles que a razones. Es más sensato reconocer que jamás hubo un “yo” permanente: somos esclavos del ayer, y el mañana ya está escrito.
Pero quizás, y solo quizás, quede un lugar en la (caótica) mente para lo bello, lo único que aportaría cuanto menos un sentido a todo esto.
La esperanza es el último color que se pierde aún siendo la vida una escala de grises tonalidades.
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