Ayer soldé todas las fisuras que
empezaban con tu nombre
sabiendo que en la comisura de tus
labios reposaba la llave que las abría.
Con la esperanza, quizás necia, de
que quererte sí cambiaba las cosas,
entendí que por mucho que me ondulase
dentro de tus brazos,
tus abrazos no eran para mí.
Y esa convicción mundana siempre sugirió una
alteración del todo.
Sin embargo,
hacer un uso tan responsable de la
palabra amar no me pareció hecho a mi medida
porque resultaba que en mis
despertares idílicos,
responsable y amar eran conceptos del todo opuestos.
Pero aun así,
había un tema central que mi mente no
alcanzaba a entender.
Sí eso era amor en cualquiera que
fuera su formato,
¿qué extraño motivo impidió que,
las fisuras del alma, en vez de soldarse, curaran?
Resultaba que el amor era como los
elefantes: precioso, fuerte y grande.
E igual que la magnitud del
elefante perdía toda su gloria frente al diminuto ratón,
el amor se convertía en cobardía frente
al miedo de ser desamor y,
en desamor,
quedarse.
Garí Font,
Margalida.