Ella
a veces tenía miedo y eso hacía que siempre caminara en forma de pasos
pequeños, pie tras pie, para no perderse en equilibrios entre la gran multitud
de Barcelona.
Pero
claro, el suyo era un miedo justificado, como el de tantos corazones con nombre
de mujer:
Corazón
mujer maltratada (en cualquiera de sus formas y letras).
Corazón
mujer violada.
Corazón
mujer callada.
Corazón
mujer vendida por menos de nada y por más que todo.
Corazón
mujer sin rostro, sin nombre, sin vida.
Corazón
mujer madre, hija, nieta, abuela.
Corazón
mujer loca (de remate).
Corazón
mujer mutilada, sin identidad femenina.
Corazón
mujer comprada a precio de mercado.
Corazón
mujer niña (pero sin infancia).
Corazón
y mujer.
Infinita.
El
mal de ella era inevitable, dentro de todo su confort, seguía teniendo miedo.
Jamás
temió por su vida, aunque en más de una ocasión sintió la respiración
entrecortada de un arma letal en su nuca. Tampoco temió por la vida de los suyos,
a pesar de haber tenido que aprender que los suyos también morían antes de
tiempo y eso que el tiempo no tenía un pronto o un tarde, tenía tiempo en
suspensivos y puntos y aparte.
Ella
tenía miedo de no poder escribirlas a todas.
No
poder darles voz.
Nombre.
Dignidad.
Humanidad
(la que no calla).
Ella
quería escribir a todas las mujeres que otras muchas personas borraron.
A
todas ellas, una a una, verso a verso.
Para
que la historia no hiciera lo que siempre hacía la historia, contarnos la vida
en hombres.
Quería
devolverles sus letras. Todas.
Sin
que derramaran más sangre de la que ya habían derramado.
Sin
dolor.
Sin
pena, pero con todas sus huellas.
Dedo
a dedo.
Tinta
a tinta.
Escribiendo
sus nombres completos para que el mundo pudiera llamarlas sílaba tras sílaba sin
olvidarse de sus prefijos.
Eran
tantas, tan eternas…que ella tenía miedo (mucho) de ser incapaz de escribirlas
a todas en éstas pocas palabras.
Y,
al fin comprendió, que todas las mujeres ya estaban escritas, parte de ellas en
los textos de ella, pero la mayor parte de las mujeres se escribían en
mayúsculas en todos los corazones de quienes las quisimos, aunque no las
conociéramos.
Tatuadas
en forma de latido.
Y
volvíamos a ellas, siempre volvíamos.
Porque
cuando manteníamos la mirada a una mujer estábamos atravesando siglos de abismos.
Estábamos devolviéndoles la voz a todas las demás.
Y
ya nunca se callaban. Porque ellas no callaban, las callaban.
Ella
lo entendió, por fin.
Cuando
manteníamos la mirada a una mujer le devolvíamos la voz al resto.
Para
que hablaran, para que gritaran, para que pasaran y para que, nunca, jamás, se hiciera el silencio.
Margalida Garí Font,
A Tamara, porque en sus ojos hay mujeres llenas de océanos.
1 comentario:
Com sempre, EXTRAORDINARI !
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