sábado, 30 de mayo de 2015

Móns

Sí, també ara, a aquest precís instant que tu llegeixes unes paraules que, en principi, ni et venen ni et van, és quan la Sarajai està cansada de retirar-se la suor de la cara. El vestit més bonic que posseïa i havia decidit posar-se per impressionar a la Ministre de Sanitat  ja està tot moll i brut del desert. Els peus fa estona que li fan molt mal i no para de repetir-se per ella mateixa “una passa més, una més que això és important”, tot seguit d’un  “Sarajai maca, que si no hi vas tu no hi anirà ningú, que aquest cop sí t’escoltaran i ajudaran al teu poble. Aquest cop sí és el cop”. Des de lluny es pot veure la mirada perduda de la Sarajai caminant pel desert a la recerca d’una humanitat que ni els seus patriotes semblen recordar.
Ara, mentre tu et beus aquest cafè amb llet tan calentet i aromàtic és quan l’Ahmed ja ha crescut uns quants anys més i encara que segueixi essent un nen petit la seva alçada no acaba de assolir la talla ideal. El pes fa massa temps que també li va fer la ginya. L’Ahmed, per tant, és un xaval senzill. La seva mirada no veu la diferència perquè ell sempre ha conegut aquesta realitat. Però quan es compara amb els estrangers que, amb tota la bona voluntat del món, van al Camp de Refugiats a ajudar de la manera que sigui, ell no pot evitar de preguntar-se el per què aquella gent els porta tantes coses sí, al final, també marxa. Es senten bé fent això i té molt mèrit sens dubte. Però, l’Ahmed està cansat de veure com se’n van. “Què no els deu agradar la nostra llar?”- Es pregunta.
Al mateix temps que tu et disposes a sopar o a dinar, la Angelita que ara ja té 70 anys torna a fer comptes de la poca ferralla que li sobra per poder anar a la botiga. Aquesta setmana no tornaran a menjar carn. Patates sí, peix tampoc. Els seus fills encara no han tornat de treballar, avui també tindran el plat fred. Han de treballar tant que just poden menjar un plat al dia. Tampoc poden permetre’s menjar-ne dos. I, a canvi de què? El sou que reben és miserable, l’Angelita ho sap però no pot obligar-los a que no hi vagin perquè després ben de cert que tots moririen de fam. L’Angelita mira la seva neta petita que s’ha quedat adormida. I, amb la mirada plena de llàgrimes, l’Angelita pensa que, tanta sort, que ella encara és viva tot i que sigui vella i sort també de que té l’estómac petit perquè així pot menjar mitja patata i que la seva preciosa neta pugui tenir-ne una mica més no fos cosa se li esborrés aquest somriure gegant que, a pesar de tot, porta cada dia a la cara.
Ara, aquí, en aquest moment, segueixen girant i girant móns molt diferents però que a l’hora són fruit d’una mateixa realitat. Realitat més que coneguda. Més que explicada. Milers de voluntaris hi lluiten cada dia. Milers de natius hi moren per la causa. Molts altres es queden sense feina per denunciar-ho. Infermers, metges, pintors i personatges de circ. És igual el que siguis, tot és poc.
Però, ara i aquí, segueixen existint massa veus que no es poden escoltar. Massa silencis que només pensen en parlar. No obstant, els móns no paren de girar, i un dia, sense cap motiu concret, la força centrípeta causarà que girin en sentit contrari, o que xoquin uns amb altres i serà llavors quan el Nord serà el Sud i el Sud serà el Nord i tu deixaràs de beure cafè amb llet calent, i no tindràs un plat sobre la taula i hauràs de anar a treballar tantes hores que el sol deixarà de existir i hauràs de recórrer tants de cops els deserts immensos que t’arribaràs a treure les sabates per poder caminar.
I llavors espero, de veritat que ho desitjo, que els qui habitin a l’altre cara del paradís tinguin el coratge i la força per retornar-te a la vida, així com tu ho fas per ells ara, però, al revés.  




Margalida Garí Font 

viernes, 22 de mayo de 2015

La deuda

Resulta que las amapolas no siempre son rojas, pero aún sin ser del color del carmín siguen anunciando que empieza la primavera. Y a la primavera hay que recibirla con alegría y desparpajo.
Sucede que, a veces, no hay ni amapolas ni margaritas en el camino y entonces hay que sonreír porque sí hay piedras y algún que otro olivo que nos presenta el trayecto hacia un lugar desconocido. Un nuevo sitio que explorar. Una aventura por abrir. Un abanico de curiosidad.
Al despertar por las mañanas ya se nos abre ante nosotros el cajón de las elecciones. Podemos elegir si ponernos una falda o un pantalón, la corbata o la camiseta informal, desayunar café o té, fruta o tostadas, decir buenos días o esconder la cabeza dentro del televisor, deprisa o despacio, la sonrisa o el fruncir de cejas, la queja o la ilusión, ayer o ahora, mañana o ahora, ahora o ahora.   
Tenemos tantas cosas que poder elegir que empezamos a usar siempre las mismas porque se nos hace más cómodo. Porque a la fruta hay que limpiarla y pelarla y a los cereales solo hay que meterlos en la taza. Porque decir buenos días implica quedarse a escuchar la respuesta y no decir nada es no escuchar nada. Porque la sonrisa se nos cuelga del revés con el sueño y el fruncir de cejas es un lenguaje universal.
Y sin darnos cuenta, van pasando los días y con ellos los sueños, y deja de tener sentido el tiempo porque la vida se vuelve monotonía y canon social. A la muerte ya ni la vemos, llegará en otro día, con otras faldas. Y perdemos la risa y nos tapamos con miedo. Refugiamos el alma y callamos las voces que gritan por dentro.
Sin embargo, en alguna de las muchas primaveras, nos percatamos del cielo. Y se abre un espejo repleto de pequeñas porciones de cristal que nos muestran el corazón desde adentro.
Nos revelan el secreto con el que ya no creemos, nos piden intensamente que perdamos el miedo. Que emprendamos el vuelo, que persigamos al sueño y desanclemos la barquita de pescadores del puerto, que ya lleva muchas algas, que se ha cansado de flotar al suelo.
Es cuando tenemos constancia de que existe la muerte que empezamos a saborear a la vida. Porque a la vida hay que dejarla bien exprimida, completamente vacía. Tenemos que quedarnos saciados de comer vida. Tan saciados, que no nos quede sitio para el postre, que con la vida ya nos quedemos llenos.
Y no hay que confundirse, lo importante no es la cantidad de años que paseemos entre una amapola y otra, sino que cada paso nos sorprenda. Un día sin haber aprendido algo nuevo es un día perdido, una vida sin haber arriesgado todo a cambio de la incertidumbre es una vida desperdiciada. No hay que confundirse, lo importante no son los años sino el aquí y el ahora, el dejarse llevar y el escucharse el alma.
¿Por qué?
Porque se lo debemos.
Se lo debemos a todos aquellos que, sin pensarlo, no tuvieron vuelo de vuelta.
Se lo debemos a quienes no fueron libres para elegir el café ni las primaveras.
Se lo debemos a los que perdieron la batalla del miedo. También a los que la ganaron.
Se lo debemos a nuestra madre Tierra que nos hace el favor de compartir su inmensidad y belleza aún cuando nosotros nos empernamos en dañarla.
Se lo debemos a quiénes creyeron en nuestros proyectos. A quienes soñaron con nosotros los sueños. A los duendes del bosque y a las hadas madrina.
Se lo debemos a quiénes nos llamaron locos, a los que aún nos llaman locos y a los que mañana nos llamarán locos. También locos de atar.
Se lo debemos a nuestro corazón que se desvía de rumbo más de una vez y después somos náufragos en el mar y nadadores expertos. Se lo debemos a nuestro corazón porque aún cuando nos hunde se es fiel a sí mismo. Sin trabas. Sin sueño.
Se lo debemos a la vida.
Sobre todas las cosas,
¡Se lo debemos a la vida!




Margalida Garí Font

sábado, 16 de mayo de 2015

Enfermedades Buenas

“¡No lancen los rayos de hielo!”, dijo la Guardiana del Cielo. Y como sí de un poder mayor se tratara, las tropas enemigas, conocidas con el nombre de Enfermedades Malas, bajaron sus brazos lentamente y depositaron cada uno de los rayos de hielo en la superficie de las nubes. 
Había sido una batalla muy difícil, algunos miembros de las Enfermedades Malas eran muy fuertes y hacían llorar a los niños y niñas que les dejaban dormir en sus cuerpos. Pero la Guardiana del Cielo tenía más poder. La Guardiana sobrevolaba el cielo cada día, hiciera tormenta de nieve o un sol abrasador. También vigilaba el cielo por las noches hiendo de estrella en estrella para evitar que éstas perdieran su luz. 
La Guardiana del Cielo no paraba de luchar, con la ayuda de todos los niños y niñas del mundo, en contra de las Enfermedades Malas. Aunque a veces, las Enfermedades Malas se escondían tan bien que la Guardiana no podía verlas. Pero los niños y niñas las veían siempre porque sentían cuando las Enfermedades Malas se portaban mal y les daban dolor en alguna parte del cuerpo o les hacían sentir muy cansados o, a veces, incluso, no les dejaban jugar como el resto de niños y niñas. 
Cuando un niño o niña se sentía así los adultos le llevaban a un edificio lleno de gente grande y de otros niños y niños que también luchaban en contra de las Enfermedades Malas. Al principio, el edificio no era muy agradable pero después era divertido porque había unas personas grandes llamadas Enfermeras que iban vestidas con un pijama de colores y cantaban bonitas canciones y hacían bailes con una pierna. También con las dos piernas. 
Las Enfermeras se pasaban muchas horas jugando con los niños y niñas del edificio para que los superpoderes que les ponían los Médicos, y que exigían mucha energía de los niños y niñas, les ayudaran a tener más fuerza y a vencer al enemigo.
Los Médicos eran otras personas mayores que suministraban los superpoderes curativos que hacían que las Enfermedades Malas se convirtieran en Enfermedades Buenas. Además de los Médicos y las Enfermeras, también había otros refuerzos para ayudar a los niños y niñas a vencer. Había Auxiliares, Celadores, Técnicos de Rayos, Farmacéuticos, Fisioterapeutas, Psicólogos y, la ayuda más importante del edificio: La Familia.  
Eran muchos los que ayudaban a los niños y niñas a acabar con las Enfermedades Malas, y la Guardiana del Cielo se sentía más tranquila porque sabía que sí a ella se le escapaba alguna Enfermedad Mala en el Cielo, ésta debería vencer a tantos en la Tierra que jamás lograría superar a los superpoderes de los niños y niñas porque, aunque lo lograse, después ellos le ofrecerían una venganza inimaginable junto a la Guardiana del Cielo. 
Todos los niños y niñas que tenían una Enfermedad Mala que era muy, muy, muy mala y que los superpoderes no eran suficientes para volverla buena, despertaban junto a la Guardiana del Cielo en forma de estrellita. De ese modo la Guardiana del Cielo se hacía más fuerte con la ayuda de la luz de todas las estrellitas que la ayudaban y, así,  podían vencer juntos, por fin, a las Enfermedades Malas. También a las Enfermedades muy, muy, muy malas. 
El Cielo estaba lleno de juegos y de niños y niñas que brillaban de superpoderes. También había muchísimas chucherías que no hacían nada de caries y millones de besos que secaban las lágrimas. Pero si había algo divertido en el cielo, era poder eliminar a todas las Enfermedades Malas que querían atacar a otros niños y niñas del mundo. 
El proceso era muy divertido, la Guardiana del Cielo gritaba: “¡Estrellitas!”, “¡los Héroes de allí a bajo necesitan de nuestro poder!”, “¡Estrellitas, hay que lanzar más luz!”, y entonces todos los niños y niñas que jugaban en el cielo sabían que había otros niños y niñas que necesitaban del poder de las estrellitas para vencer a las Enfermedades Malas. 
Y así fue como las Enfermedades Malas dejaron los rayos de hielo en las nubes y fueron derrotadas por la Guardiana del Cielo, su gran y preciosa escuadra de Estrellitas brillantes y todos los niños y niñas del mundo mundial


Margalida Garí Font,


Dedicado a aquellos niños y niñas que están en un. edificio enorme con Enfermeras que cantan, Médicos que les dan superpoderes y todos los demás ayudantes, para vencer a las Enfermedades Malas. También a las Enfermedades muy, muy, muy malas que no les dejan jugar en paz. 
Porque son todos y todas unos pequeños y brillantes superheroes.

domingo, 3 de mayo de 2015

Ahora y en un rato


Ahora, en un rato, te pienso.
Ahora, en un rato, te busco.
Ahora, en un rato, te miro.

Ahora, en un rato, te olvido.


Margalida Garí Font 




sábado, 2 de mayo de 2015

Escapa

Cualquier habitante del planeta lo habría visto mucho antes de que la pintura y las ansias de tapar el recuerdo hubieran cubierto por completo su existencia. O su no existencia, que ahora ya era casi lo mismo.
Ni rastro del dibujo perfectamente encajado en la ventana. Ni rastro de la ventana, sí de la puerta. Aquella pintura densa había conseguido ser de utilidad para los nuevos dueños del local. En otras palabras, la pintura había hecho desaparecer las líneas que años antes él y sus compañeros de grupo habían trazado con la púa de la guitarra para dejar marcado, más o menos, la posición que debía ocupar cada miembro. La pintura también había acabado con las manchas amarillentas que le daban ese toque underground al techo de la habitación, y con los pósters de sus grupos más influyentes. Pero sobretodo, la pintura había hecho desaparecer la ventana y, con ella, al dibujo.
No es que él fuera un fan incondicional de ese local. En realidad, era demasiado oscuro y la poca luz que había le terminaba de dar ese toque a infierno que habría hecho levantar de la tumba a su bisabuelo. Pero él y el grupo habían pasado tantas horas en ese antro que no se imaginaba a esas cuatro paredes sin él dentro o a él sin las paredes dentro que a veces no sabía bien quién estaba dentro de quién.
Pero ahora era irreconocible, un “hotel para ricos” le había dicho su amigo cuando le informó que tendrían que buscarse otro sitio para tocar porque el dueño había decidió hacer un cambio radical en su vida. “¡Maldito sea! ¡Putos empresarios!” En cuanto tuviera un momento le iba a dedicar una canción de esas de las que nadie quiere ser el protagonista y se la colgaría en el parabrisas de su BMW con cola para pegar hasta a una montaña al cielo.
Allí se encontraba él, de pie y atónito ante una habitación de lujo que poco tenía que ver con su local, con su ventana (por cierto, dibujada también) y con su dibujo en el fondo de la ventana. “¿Cuántas habrían sido las horas pasadas dentro del recinto?” Millones, una barbaridad, imposible llevar la cuenta, imposible no descontarse.
“Te he dibujado una ventana con un paisaje medio desierto y medio bosque en el fondo no para desequilibrar el tono negro de las paredes, sino para recordarte que siempre hay una ventana para escapar y conocer a dónde llevan esos caminos.”  Le había dicho ella la noche que le dio la sorpresa del dibujo.
“Es solo para que no lo olvides, no tienes porque ir, pero si algún día necesitas estirar las piernas allí está el camino”.
Y a él le pareció que esa ventana era perfecta para el local. Le quedaba detrás así que solo la tenía que mirar cuando lo necesitara. Y la necesitó más de lo que pensaba. Y ahora, de pie, necesitaba más que antes a esa ventana y a sus caminos. Pero las paredes se habían vuelto tan blancas, tan horriblemente y espantosamente blancas que hasta los nuevos inquilinos del Hotel Efferie (así era como se llamaba ahora) decían haber padecido a primera estancia una deslumbrante bienvenida.
Por instinto acarició al trozo de pared sin ventana, se giró lentamente como para no tener que despedirse por segunda vez de algo que había querido tanto y decidió que jamás volvería a entrar en ese lugar.
Fuera le estaban esperando el resto del grupo con un enorme cuadro que él no podía ver por tenerlo puesto del revés. ¿Ya habéis invertido pasta en otro póster?- Preguntó sin muchas ganas de seguir hablando e ir directamente al nuevo local y hacer música como si no hubiera más amaneceres que ver.  
Ellos, nerviosos, giraron el cuadro y dejaron que él pudiera verlo. “Esta vez hemos decidió poner esta fotografía en vez de un póster. ¿Qué te parece?”- Le dijeron algo temerosos.  
                No lo pudo evitar, mientras sus ojos no dejaban de mirar la fotografía, dos lágrimas empezaron a bajar mejilla abajo. “Es perfecto. Podremos estirar las piernas de vez en cuando”- contestó. Y partieron a colgarlo y a tocar.

Margalida,

PD: Actualmente, en el museo de fotografía de Mallorca, existe una imagen de valor incalculable que protagoniza la entrada de la estancia. Se calcula que fue tomada en los años 70. La imagen enseña una habitación pequeña y muy oscura llena de instrumentos en primer plano que han sido retirados cuidadosamente por una mujer que da la espalda al observador. La mujer está terminando de pintar una ventana enorme en la pared del fondo. La ventana tiene un paisaje precioso al otro lado. El título de la fotografía es: Escapa.