jueves, 11 de junio de 2015

Esas cosas.

Hay palabras, que aún siendo preciosas, acertadas o cruelmente ciertas, se quedan mudas ante historias que tan solo el silencio, la vivencia o la imagen, puede hablar de ellas. Y aún así, se calla.
Todos conocemos textos asombrosos, relatos que nos ponen la piel de gallina o los pelos de punta. Algunos son grandes relatos literarios y otros son complejas enciclopedias de astrofísica. Es absolutamente indiferente de qué tipo de vocablos se trate, cada persona es un profundo agujero de peculiaridad y quién se asombra con una letra de la canción del artista de moda no tiene el porqué asombrarse con el poema más brillante de John Donne. Y no por ello uno es menos profundo que el otro. Sí que hay uno más intelectual y uno que lo es menos pero la profundidad depende de los ojos que leen.    
Sin embargo, existen esas, llamémoslas “cosas”, imposibles de describir. Esas que nos convierten en seres capaces de todo, de llegar a una meta, de bailar encima de la barra de un bar o de caminar durante días entre calor y montañas. Esas “cosas” que algunos llaman erróneamente mariposas, otros magia y hasta hay quién se atrevió con la etiqueta de amor. Amor a la vida, a las personas, o a las mismas “cosas”.
Ninguna palabra cierta.
Las palabras se acercan a los corazones, las imágenes enseñan los circuitos, los actos los recrean pero no existe nada, absolutamente nada, que consiga darles nombre. Ni siquiera tienen cabida en ese extraño salón de actos llamado emociones que todos conocemos por pasarnos de vez en cuando de visita cultural.
Y es que resulta, que hay “cosas” que se nos escapan. Infinitas “cosas”. Eso es, para mí, el arte, la humanidad o la felicidad. “Cosas” que se nos escapan de las manos y de las mentes. “Cosas” inimaginables, inalcanzables, impenetrables.
Comenzaba yo diciendo, que las palabras también se quedan mudas y las imágenes ciegas. Esta es, sin duda, la misión del corazón.



Margalida Garí Font,

Entender el alma es silenciar al miedo. 

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