Hay palabras, que aún
siendo preciosas, acertadas o cruelmente ciertas, se quedan mudas ante
historias que tan solo el silencio, la vivencia o la imagen, puede hablar de
ellas. Y aún así, se calla.
Todos conocemos textos
asombrosos, relatos que nos ponen la piel de gallina o los pelos de punta.
Algunos son grandes relatos literarios y otros son complejas enciclopedias de
astrofísica. Es absolutamente indiferente de qué tipo de vocablos se trate,
cada persona es un profundo agujero de peculiaridad y quién se asombra con una
letra de la canción del artista de moda no tiene el porqué asombrarse con el poema
más brillante de John Donne. Y no por ello uno es menos profundo que el otro.
Sí que hay uno más intelectual y uno que lo es menos pero la profundidad
depende de los ojos que leen.
Sin embargo, existen
esas, llamémoslas “cosas”, imposibles de describir. Esas que nos convierten en
seres capaces de todo, de llegar a una meta, de bailar encima de la barra de un
bar o de caminar durante días entre calor y montañas. Esas “cosas” que algunos
llaman erróneamente mariposas, otros magia y hasta hay quién se atrevió con la
etiqueta de amor. Amor a la vida, a las personas, o a las mismas “cosas”.
Ninguna palabra cierta.
Las palabras se acercan
a los corazones, las imágenes enseñan los circuitos, los actos los recrean pero
no existe nada, absolutamente nada, que consiga darles nombre. Ni siquiera
tienen cabida en ese extraño salón de actos llamado emociones que todos
conocemos por pasarnos de vez en cuando de visita cultural.
Y es que resulta, que
hay “cosas” que se nos escapan. Infinitas “cosas”. Eso es, para mí, el arte, la
humanidad o la felicidad. “Cosas” que se nos escapan de las manos y de las
mentes. “Cosas” inimaginables, inalcanzables, impenetrables.
Comenzaba yo diciendo,
que las palabras también se quedan mudas y las imágenes ciegas. Esta es, sin
duda, la misión del corazón.
Margalida Garí
Font,
Entender el alma
es silenciar al miedo.
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