sábado, 24 de marzo de 2012

Una mente que respira.


Alguien me dijo una vez que puedes ser quien quieras y estar en dónde quieras con tan solo cerrar los ojos e imaginarlo.
Desde muy pequeña siempre me ha gustado imaginarme toda clase de cosas, aventuras imposibles, paisajes extraordinarios, vidas perfectas con besos perfectos, viajes por todos y cada uno de los rincones del planeta, rincones inimaginables. Mi imaginación llega a tales dimensiones que ya no es necesario ni cerrar los ojos. Estar aquí escribiendo es estar en miles de lugares al mismo tiempo. Una mente que respira, es como la llamo.


El motivo de esta necesidad, que aunque placentera, no siempre adecuada, siempre ha sido un gran misterio para mí. Sospecho, que de algún modo, mi corazón le manda señales constantemente a mi mente para que está descifra lo que él anhela realmente. Cómo una especie de lenguaje secreto entre órganos; un lenguaje que yo traduzco o, mejor dicho, solo soy capaz de entender, mediante imágenes. Imágenes que después guardo en alguna parte del celebro llamada Pensamientos sin sentido. Aunque siempre he sabido que sentido es, precisamente, lo que más tienen. Es solo que mi conciencia ha creado un filtro automático por algún motivo que no logro entender (no del todo), que hace que sea incapaz de encontrarles tal sentido.
Así que al final me he auto-diagnosticado mi propia “enfermedad”, si es que se le puede llamar de ese modo, pero de momento, voy  permitirme ese lujo. Diciéndolo de una manera clara y directa:
Me paso la mayor parte del tiempo imaginándome otra vida, otra forma de ser, pensar, sentir, otros paisajes, olores, amores, etc. para escapar, en cierta manera, de mi misma. O lo que es lo mismo, mi inconciente y mi conciente están en una continua lucha para poder salir a flote. Y como no se ponen de acuerdo porque son demasiado diferentes y orgullosos, pero tampoco se pueden separar porque en el fondo son una misma cosa, el resultado final es esa distorsión de una realidad completamente irreal pero de lo más real.
En conclusión, estamos bien jodidos (estoy, obviamente).
Entendedme, no es que no me guste mi forma de ser y todo lo que me rodea, si que me encantaría cambiar unas cuantas cosas pero eso nos pasa a todos. Es simplemente que mi forma de ser es incompatible dentro del contexto que, desgraciadamente, me encuentro. Bueno, supongo que tampoco es que sea incompatible sino que no tengo la más remota idea de cómo alcanzar esa compatibilidad, al menos durante un tiempo suficientemente largo como para sonreír. Quizás eso es porque tengo que encontrar el punto exacto en dónde compatible/incompatible deje de tener sentido. O eso es lo que me gusta pensar.
Está bien, os doy permiso para llamarme inocente, utópica, hasta mente enloquecida. Pero la verdad es que mi mente es un órgano que respira cada segundo y la única explicación a la que llegué para tal extraño (y frecuente ya que estoy completamente segura que no soy la única) fenómeno fue esa. Claro que estaré siempre abierta a toda clase de diagnósticos porque el mío, aún siendo tranquilizador, no cura o pálida absolutamente nada de la “enfermedad”.
Empiezo a pensar que hay un gran porcentaje de probabilidades de que la respuesta a eso sea el hecho de que es una enfermedad incurable; con estadios de estabilidad o falsos intentos de remisión, por supuesto,  pero sin ninguna mejora.
Médicamente hablando, lo mío es una enfermedad crónica que está irremediablemente condenada a convertirse en terminal.
Un puto cáncer al que le siento un incomprensible amor, posiblemente porque cáncer no tiene el significado que todos pensamos al escuchar tal palabra. Siempre es mucho más, mucho más complejo y mucho menos temerario de lo que creemos.
Al cáncer no hay que tenerle miedo, hay que perdérselo, de eso no tengo ninguna duda.
Pero aun así, el amor que siento por mi cáncer terminal no deja de aterrarme cada día un poco más.
Irónico.

Margalida,
“Silencio, son tiempos para conocer nuestros corazones. Escuchadles.”

No hay comentarios: