miércoles, 25 de marzo de 2015

No volver

Reconozco ser de espíritu rebelde. Una inconformista. Eso me hace sentir viva.
Adoro despertarme por las mañanas y saber que, al menos una vez, tendré la oportunidad de ir en contra de las reglas, que podré llevar un reloj de deporte con un vestido de gala y que el pendiente de mi nariz no impedirá que las personas mayores también me oigan.
Me siento bien cuando conduzco por la noche en la ciudad, sin demasiado tránsito, sin demasiada luz. Todo el pensamiento del mundo al desnudo.
Fascinación es la palabra que se graba en la superficie de mi piel cuando una mujer (o un hombre) que pasa por una situación difícil me mira a los ojos y sin decirme nada me dice “gracias”.
La arena de las playas mallorquinas inundando mis pies es lo más parecido a la paz que he experimentado. También me dieron paz las arenas de las playas de otros países.
Me gusta llevar la contraria, poner a duelo al contrincante. Retarlo a pensar, a ser crítico, a querer demostrar su posición. Me cuesta aceptar la derrota pero, aún así, sé cuando agachar la cabeza y retirar la mano. Desconfío de quién sigue insistiendo hasta cuando ya no hay batalla.
Estoy absoluta y completamente enamorada del amor, no puedo evitar que así sea. Ya quedan tan pocas personas que aún siguen creyendo en tales cursiladas que me siento con el deber de reivindicarlo a los cuatro vientos aún cuando mi corazón haya sido fuertemente torturado.  
Padezco de impaciencia para soñar, para querer recorrer ya tantos mundos que soy incapaz de abarcarlos todos en lo que se prevé que me durará el paso por esta casa.
Reconozco, también, ser una mujer difícil, un “coco inestable”. Un oso polar que es incapaz de hibernar. Un león desperfilado a la espera de su rugido infernal. Sin embargo, después, el carácter de animal dócil y domesticado regresa para estabilizar mi alma “despacito pero sin  pausa” hasta el próximo invierno.
Ir a contracorriente, aún cuando los demás me repitan que no es lo que debería haber hecho, aún cuando yo después lo admita. Ir a contracorriente es lo que me ayuda a ir y a no quedarme quieta. Que no hay nada peor que quedarse quieto y no sentir. Que no sentir es lo peor de todo. Peor, incluso, que morir.
Defender a la vida y a la ilusión, a encontrarse a uno mismo de la forma que cada uno crea sea mejor, quizás caminando muchos días y muchas noches seguidas, quizás hiendo a un refugio o quizás haciendo caída libre. Defender a la equidad, a las personas, al derecho de infancia y al derecho de hacerse mayor. Defender la justicia de la injusticia, la paz de la guerra, la Tierra de la humanidad que contamina. Defender el desorientarse, el errar y la pluma. Defender a un abrazo y a quinientas mil millones de sonrisas.

Eso es, en definitiva, ser un espíritu rebelde; decir un hasta luego y no volver. Y no dejar jamás de no volver. 



Margalida Garí Font

jueves, 19 de marzo de 2015

Temps de glòria

Els anomenem temps de glòria i es suposa que són els períodes que duren les nostres etapes de felicitat .
Esperem, a vegades amb massa força, que els temps de gloria es facin tangibles i eterns i quan aquets desapareixen ens quedem a casa empetitits com sí se’ns hi hagués anat un tros de vida, un tros de cel.
El postoperatori és dur i dolorós. Ens hem d’acostumar a una vida on aquell temps de glòria ja no hi forma part i on els embulls de fils s’espargeixen com sí de teixir un vestit de llana es tractés. El món es torna obscur en una escala de tonalitats que varia depenent del tipus de glòria perduda o de la nostra capacitat de control sobre aquesta situació que ara se’ns presenta. Però sigui com sigui, el primer que veiem, tant sí som nosaltres els precursors com sí no, és el temps de glòria allunyant-se.
I després, què ve després?La vida que continua el seu curs.
La vida és el que sempre ve després, sense preguntar-nos sí hi estem d’acord, sí volem canviar de cartes o si, per un dia, no volem apostar. La vida ens exigeix despertar-nos un dia més i després ens exigeix despertar-nos amb força i ganes un dia més, i més endavant ens exigeix despertar-nos amb il·lusió, amb transparència i amb ambició de voler conèixer, de voler ser, sentir...viure, un dia més.  
La pregunta és inevitable, sobretot sí el temps de glòria perdut fou dels de gloria de veritat: Per què?
Perquè el temps passa i perquè no ens podem permetre rebutjar-ne ni una mil·lèsima de segon. Perquè potser demà hi haurà un altre temps de glòria que ens espera i hem de ser capaços de veure’l passar, de no deixar-lo marxar, de tenir la força suficient com per agafar-lo d’una llampegada i prémer-lo fort contra el cor perquè sàpiga qui som nosaltres de veritat, perquè senti els nostres batecs, les nostres vivències, el nostre amor que encara, a pesar de tot, ens queda per mostrar.
No, no en té res de fàcil la vida, i els moments de glòria són escassos. Però hi són, com qui no vol la cosa, dissimuladament. Esperant-nos per donar-nos una senzilla abraçada que ens alleugi el dolor i ens extregui les llàgrimes tòxiques que encara ens queden aferrades per dintre i no permeten deixar fugir les penes.
Personalment, i aquest és un cas real com n’hi haurà tants altres, aquest any acabaré Infermeria. I avui he viscut una història preciosa amb una pacient que proporcionarà color a totes aquestes paraules. Amb ella m’acomiado.
La protagonista del fet és una dona que passa (el temps que tu llegeixes això ella ho passa) per una situació de salut difícil, tant difícil que ha d’estar a Cuidats Intensius per ajudar-la a curar-se. Però aquesta dona tot i estar dins aquesta situació difícil és molt valenta i forta perquè encara que porti tot un historial d’antecedents clínics complicats, ella segueix lluitant dia a dia per estar bé.
Aquest matí quan la meva infermera i jo li fèiem la higiene al llit i parlàvem amb ella li hem dit que avui aniríem a la perruqueria i a l’spa a lo que ella ha contestat “vale, bonitas”.   Així que li hem fet una higiene de llibre, amb oli per la pell, higiene dental, rentat de cabells (i al llit és complicat), pentinat,perfumat i canvi de llençols i fundes de coixí. I quan hem acabat li hem preguntat sí es trobava millor a lo que ella ens ha contestat amb els ulls plorosos i una cara renovada:

Gracias, muchas gracias bonitas, sois todos muy buenos conmigo. Ojalá allí a fuera supieran lo que hacéis de verdad, como nos cambiáis la vida cuando no podemos hacerlo por nosotros mismos. Gracias, cielo”.


            I he entès, un pic més, que potser demà no podrem abraçar un temps de glòria que ens estava esperant, i que hem d’aprendre a, també, deixar marxar els vells temps de glòria, a tranquil·litzar el cor i a tornar a començar, perquè potser demà serem nosaltres a qui hauran de portar a la perruqueria i no podem permetre’ns d’anar-hi sense abans haver somrigut de felicitat, almenys, un últim cop. 




Margalida,
Dedicat a qui avui ha de lluitar contra un temps de glòria massa gloriós i que, així i tot, necessita deixar marxar i tornar a començar abans d'anar a la perruqueria. 

sábado, 14 de marzo de 2015

Diez minutos

Absolutamente cualquier cosa puede traducirse a diez minutos:
Los minutos que me hacen falta para asegurarme de que aún sonríes son diez, los nueve primeros para pensar un plan y el último minuto para ejecutar tú risa.
Diez minutos para que me resumas como estás, no hacen falta más. Diez minutos para decidir si dices la verdad o si finges que no mientes.
Diez minutos para cambiar tu prisa, para volverla estática, para que decidas quedarte diez minutos más.
Diez minutos para asegurarme de que hoy tampoco me quieres, que mañana, en diez minutos, menos me querrás.
Diez minutos para huir de tu hechizo. Diez para regresar.
Diez minutos para pintar mi felicidad. Diez para borrarla.
Diez son los minutos que tardo para llegar donde tú estás y diez minutos son los que sumo a esos minutos para volverme sin verte, sin habla, sin tiza.
Diez minutos para soñar que el mar, al fin, se calmará y me quedaré flotando sin pensar en nada sobre su capa de cristal. Diez minutos para ahogarme bajo las olas que no paran de crecer y que, al parecer, hoy tampoco pararán.
Diez minutos para mirarte sin que te sientas observado. Diez minutos para grabarme cada parte de tu cuerpo en mi mente sin que te des cuenta. Diez minutos para archivar la imagen y hacer callar al cuento.
Diez minutos para perder el miedo, para sobrellevar que aún muero.
Diez minutos para revolver el viento y robarle diez minutos más al tiempo.
Diez minutos para silenciar tus palabras, para no escuchar el disparo y que para cuando éste me alcance tener tiempo de poner el corazón a tiro y hacer que, de una vez, se calle.
Diez minutos para amar profundo, para poder desnudar tu cuerpo, para desnudar tu alma. Diez minutos para desnudar la mía.
Diez minutos para cambiar de plato, para rozarte la mano a escondidas, para que no te des cuenta de cuánto aún te quiero, de la prisa que no me llega para construir un muro más fuerte, más doble, más real.
Diez minutos para cambiar el rumbo, para cogerte de la mano y subirte a un avión, a lo loco, a lo desesperado, a lo más cuerdo de todos.
Diez minutos para perder mi llave, la que abre secretos y guarda imposibles. Diez minutos para encontrarla, diez minutos para cerrar en doble vuelta y un olvido.
Diez minutos para los leones que me devoran por dentro, los que tú ya no ves, los que dejaste correr a su libre albedrío por mi mente. Los que nunca mueren pero a veces duermen.
Diez minutos para llorar sin una sola gota que caiga majilla abajo. Diez minutos para prometer no volver a llorar por quién no llorará por mí.
Diez minutos para fumarse un cigarrillo de fantasía. Diez para apagarlo, diez para esperar.
Diez minutos para ponerme mi mejor vestido, mi mejor peinado, mi pintalabios rojo. Diez minutos para sentirme bien.
Diez minutos para entender que, ya jamás, habrá diez minutos más.




Margalida,

Te concedo diez minutos, corazón roto. 

viernes, 13 de marzo de 2015

Podries...

Podries pensar que aquestes paraules, com tantes altres abans, no tenen sentit. Podries pensar que aquest sol radiant que em maquilla la cara és el causant de la llum que avui sembla fer-me un preu de rebaixes.
Podries, només per un dia, deixar l’orgull a l’altre cantonada, deixar-hi també la tristesa i escoltar-me.
Podries agafar aire i anar a veure la mar. Sentir com cada ona és una nova oportunitat que tens de respirar. Sentir que sí la mar està en calma és perquè basta de plorar tempestes.
Podries reconèixer, que per un segon, t’hauria agradat que et digués baixet a l’orella que encara hi ets a temps, que fins que moris hi seràs a temps, que a estimar un sempre hi és a temps.
Podries deixar el cafè i les torrades d’aquest matí per desaparèixer unes hores dins el cotxe amb mi, com sí després ja no haguérem de ser més a aquest recó d’hivern.   
Podries no descosir-me més el cor que després tota la brutícia surt a fora i jo ja estic massa cansada de netejar tants impossibles.
Podries fer un esforç, un de més gran, i veure més allà de tu i la teva desafortunada tragèdia. Podries començar a pensar que fou necessària per, avui, tornar a començar.
Podries deixar de mastegar el coratge i la pell de la llibertat. Podries tornar a veure, tornar a riure, tornar a sentir, tornar a estimar.
Podries pintar aquesta disfressa negre que de tan rovellada que la portes ja ha tornat grisa. Podries pintar-la de blau o de verd, perquè et queden tan bé aquets colors amb el teu somriure...
Però, encara així, el que podries fer de veritat, el que realment podries intentar...
Amor, podries no tornar,  mai, deixar-me d’abraçar.    



Margalida

domingo, 8 de marzo de 2015

Homenaje: Día de la mujer

María trabajaba de lunes a domingo sumergida entre la caja de un supermercado y las tareas del hogar. María tenía la carrera de Educación Social y dos especialidades pero dedicaba sus aprendizajes a pasar los productos de los clientes en la caja del supermercado con los ojos de, una noche más, no haber dormido. María era enfermera de su hija Luz de cinco años las veinticuatro horas del día y ex mujer de un ex marido que cuidaba muy bien de la hija de ambos pero que se desenamoró de ella por enamorarse de una mujer madrileña muy elegante y muy simpática que ahora estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo.
María se levantaba corriendo, preparaba el desayuno corriendo (el de su hija también cuando no se quedaba con su padre), llevaba a la niña con los ojos dormidos y el desayuno en la boca al colegio también corriendo, se dirigía al supermercado corriendo más aún y, al finalizar, se marchaba corriendo a buscar a Luz que se hallaba en casa de su vecina. Finalmente, preparaba la cena corriendo y se quedaba dormida en la cama de su hija sin haber limpiado la casa ni haber tendido la ropa pero con la certeza de que ya mañana le daría tiempo.
María decía que Luz era su motor y que por ella hasta dejaría a la vida. La verdad era que María ya hacía tiempo que había dejado escapar su vida. Ahora solamente vivía de tanto amar a Luz. Luz dijo una vez a su profesor de plástica que su mamá no sabía dibujar muy bien pero que sus pinturas serian mejores que las de cualquiera solo por el hecho de haberlas pintado ella. También le dijo Luz a María una de las veces que se quedó dormida en su cama creyendo que esta ya dormía que “no te preocupes mamá, yo cuidaré de ti cuando te duermas”.
María era una mujer de cristal, dura y frágil a la vez que se mantenía a flote porque luchar la mantenía a flote. María no era demasiado inteligente ni demasiado guapa, ni tenía un nombre demasiado original. Pero María era sabía, preciosa y su nombre era su etiqueta pero no su persona.
María no se quejaba por nada ni se enfermaba por nada aún estando a cuarenta de fiebre. María ya no pedía nada ni quería aspirar a algo más que no fuese ver crecer a su hija y tener amigos y familia que la quisieran. María no lloraba muchas veces estando acompañada pero sí lo hacía de vez en cuando para limpiar el corazón, “para dejar correr el agua le decía su mejor amiga Ana”.
María aún cantaba en la ducha y bailaba el twist con su ex suegro las tardes del viernes mientras Luz les hacía fotos con los ojos desde la mesa número cuatro fingiendo hacer un dibujo.  
María tenía el corazón a trocitos que iba soldando poco a poco con el tiempo y con amor. Aún teniendo el corazón a trocitos María decía que al menos ella tenía un corazón que curar pero que había gente que iba por la vida con el corazón podrido y que eso ya no tenía cura.
María era Educadora Social y cajera de un supermercado. A María no le importaba mucho en qué trabajar solo quería que Luz le iluminara el camino y que su corazón soldara. María no era ambiciosa pero tampoco conformista. Se había pasado muchas horas practicando matemáticas para cuando Luz fuera más mayor poderla ayudar en la asignatura que a ella más le costó de pequeña. La verdad es que a Luz se le darían bien las matemáticas y se convertiría en profesora de Física por las mañanas y en enfermera de María por las tardes.
Luz tenía quince años cuando a María le diagnosticaron Alzheimer precoz. Al principio María no se lo quiso decir a nadie ya que conocía a la enfermedad y su evolución y confiaba que tardaría años a hacerse notar. Se equivocó.
Primero fueron las matemáticas que se le borraron sin previo aviso de la cabeza y tuvo que dejar la caja del supermercado para ubicarse en el almacén y fingir dolor de estomago para no ayudar a Luz con los deberes. Después fueron las recetas de su amiga Ana y dejó de cocinar los pastelitos de almendras los días de sábado. Seguidamente se le olvidaron los pasos de Twist y el nombre de su ex marido y tuvo que empezar a informar a la familia sobre su enfermedad.  
Cuando Luz tenía veinte años María ya no podía trabajar y se quedaba en casa de su vecina mientras Luz, corriendo, iba a clase, estudiaba o pasaba a ver a Víctor, su novio, rápidamente y volvía corriendo a buscar a su madre, preparaba la cena y se quedaba dormida en la cama de su madre sin haber limpiado la casa ni haber tendido la ropa pero con la certeza de que ya mañana le daría tiempo.
En la graduación de Luz, María fue empujada en una silla de ruedas por su amiga Ana y acompañada de su vecina porque su cabeza había olvidado el caminar. Cuando Luz recibió el diploma de Física pidió permiso al Director para hablar y mirando a su madre dijo: “No te preocupes mamá, yo cuidaré de ti cuando duermas”. María la miró como si recordara algo y le sonrió después de muchos años sin sonrisas en sus labios.
Llevando Luz tres años de profesora, María le dijo un día que parecía encontrarse mejor: “Cariño, al final habré sido afortunada por haber tenido una Luz en el camino que me soldara todos y cada uno de los pedacitos del corazón.”
María recordó hasta su último latido una única palabra: Luz.
Luz creció y cuidó a su madre de la mejor forma que pudo, de la forma que había aprendido con ella.
Cuando María murió a Luz se le quebró el corazón en pedacitos pero sabía que con el tiempo y amor acabaría soldándolos.
Hoy en la librería había un libro de “Matemáticas para padres”. En el subtitulo se podía leer: “No te preocupes mamá, yo cuidaré de ti cuando duermas”.

                                                                      Escultura de Martin Hudáček 

Margalida Garí Font,

Porque todos los días son el día de la mujer, porque todas las noches hay alguna Luz. 

viernes, 6 de marzo de 2015

Apagar la llum

Però estimat, aquesta nit no he apagat la llum perquè volia seguir desperta. No he respirat profundament perquè volia deixar escapar l’aire. No t’he esperat a la taula perquè m’han enganxat les ganes d’estar sola. No t’he desfet el llit perquè l’escalfor estava a la cuina. No t’he besat als llavis perquè els volia secs d’amor.
Però estimat, aquest matí no he preparat l’esmorzar perquè volia deixar parlar a la panxa. No he agafat el diari perquè no volia mentir al meu interès matutí. No he fet el llit perquè volia pensar que encara hi quedaven alguns dels teus somnis sense poder dormir. No he tancat la porta perquè necessitava no sortir.
Però estimat, aquesta tarda no he accelerat el pas per arribar a casa i veure els teus texans que, ara ja fa massa temps, et vaig dir que eren els meus preferits. No he passat pel cafè calent de l’Avinguda per apropar-me silenciosament a tu i dir-te a l’orella que t’estimo però que al cafè també. No he estirat els braços per endinsar-me dins una abraçada de tu. No he fet el somriure de felicitat quan, a la fi, t’he vist.
Però estimat, potser sóc jo, potser ets tu, potser ningú.
Però estimat, aquesta nit no he apagat la llum perquè volia seguir desperta.
Però estimat, aquest matí no he preparat l’esmorzar perquè volia deixar parlar a la panxa.
Però estimat, aquesta tarda no he accelerat el pas per arribar a casa i veure els teus texans que, ara ja fa massa temps, et vaig dir que eren els meus preferits.

Però estimat, la por de no estimar-te, avui, m’ha paralitzat. I he apagat la llum.




Margalida Garí Font,
 Perquè tots hem tingut por de ja no estimar. Perquè tots hem apagat la llum en algun moment de les nostres vides.