Reconozco ser de espíritu rebelde. Una inconformista.
Eso me hace sentir viva.
Adoro despertarme por las mañanas y saber que, al menos
una vez, tendré la oportunidad de ir en contra de las reglas, que podré llevar
un reloj de deporte con un vestido de gala y que el pendiente de mi nariz no
impedirá que las personas mayores también me oigan.
Me siento bien cuando conduzco por la noche en la
ciudad, sin demasiado tránsito, sin demasiada luz. Todo el pensamiento del
mundo al desnudo.
Fascinación es la palabra que se graba en la
superficie de mi piel cuando una mujer (o un hombre) que pasa por una situación
difícil me mira a los ojos y sin decirme nada me dice “gracias”.
La arena de las playas mallorquinas inundando mis
pies es lo más parecido a la paz que he experimentado. También me dieron paz
las arenas de las playas de otros países.
Me gusta llevar la contraria, poner a duelo al
contrincante. Retarlo a pensar, a ser crítico, a querer demostrar su posición.
Me cuesta aceptar la derrota pero, aún así, sé cuando agachar la cabeza y
retirar la mano. Desconfío de quién sigue insistiendo hasta cuando ya no hay
batalla.
Estoy absoluta y completamente enamorada del amor, no
puedo evitar que así sea. Ya quedan tan pocas personas que aún siguen creyendo
en tales cursiladas que me siento con el deber de reivindicarlo a los cuatro
vientos aún cuando mi corazón haya sido fuertemente torturado.
Padezco de impaciencia para soñar, para querer
recorrer ya tantos mundos que soy incapaz de abarcarlos todos en lo que se prevé
que me durará el paso por esta casa.
Reconozco, también, ser una mujer difícil, un “coco
inestable”. Un oso polar que es incapaz de hibernar. Un león desperfilado a la
espera de su rugido infernal. Sin embargo, después, el carácter de animal dócil
y domesticado regresa para estabilizar mi alma “despacito pero sin pausa” hasta el próximo invierno.
Ir a contracorriente, aún cuando los demás me repitan
que no es lo que debería haber hecho, aún cuando yo después lo admita. Ir a
contracorriente es lo que me ayuda a ir y a no quedarme quieta. Que no hay nada
peor que quedarse quieto y no sentir. Que no sentir es lo peor de todo. Peor,
incluso, que morir.
Defender a la vida y a la ilusión, a encontrarse a
uno mismo de la forma que cada uno crea sea mejor, quizás caminando muchos días
y muchas noches seguidas, quizás hiendo a un refugio o quizás haciendo caída libre.
Defender a la equidad, a las personas, al derecho de infancia y al derecho de
hacerse mayor. Defender la justicia de la injusticia, la paz de la guerra, la
Tierra de la humanidad que contamina. Defender el desorientarse, el errar y la
pluma. Defender a un abrazo y a quinientas mil millones de sonrisas.
Eso es, en definitiva, ser un espíritu rebelde; decir
un hasta luego y no volver. Y no dejar jamás de no volver.
Margalida Garí Font
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