María trabajaba de lunes a domingo
sumergida entre la caja de un supermercado y las tareas del hogar. María tenía
la carrera de Educación Social y dos especialidades pero dedicaba sus
aprendizajes a pasar los productos de los clientes en la caja del supermercado
con los ojos de, una noche más, no haber dormido. María era enfermera de su
hija Luz de cinco años las veinticuatro horas del día y ex mujer de un ex
marido que cuidaba muy bien de la hija de ambos pero que se desenamoró de ella
por enamorarse de una mujer madrileña muy elegante y muy simpática que ahora
estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo.
María se levantaba corriendo,
preparaba el desayuno corriendo (el de su hija también cuando no se quedaba con
su padre), llevaba a la niña con los ojos dormidos y el desayuno en la boca al
colegio también corriendo, se dirigía al supermercado corriendo más aún y, al
finalizar, se marchaba corriendo a buscar a Luz que se hallaba en casa de su
vecina. Finalmente, preparaba la cena corriendo y se quedaba dormida en la cama
de su hija sin haber limpiado la casa ni haber tendido la ropa pero con la
certeza de que ya mañana le daría tiempo.
María decía que Luz era su motor y
que por ella hasta dejaría a la vida. La verdad era que María ya hacía tiempo
que había dejado escapar su vida. Ahora solamente vivía de tanto amar a Luz.
Luz dijo una vez a su profesor de plástica que su mamá no sabía dibujar muy
bien pero que sus pinturas serian mejores que las de cualquiera solo por el hecho
de haberlas pintado ella. También le dijo Luz a María una de las veces que se
quedó dormida en su cama creyendo que esta ya dormía que “no te preocupes mamá,
yo cuidaré de ti cuando te duermas”.
María era una mujer de cristal,
dura y frágil a la vez que se mantenía a flote porque luchar la mantenía a
flote. María no era demasiado inteligente ni demasiado guapa, ni tenía un
nombre demasiado original. Pero María era sabía, preciosa y su nombre era su
etiqueta pero no su persona.
María no se quejaba por nada ni se
enfermaba por nada aún estando a cuarenta de fiebre. María ya no pedía nada ni
quería aspirar a algo más que no fuese ver crecer a su hija y tener amigos y familia
que la quisieran. María no lloraba muchas veces estando acompañada pero sí lo hacía
de vez en cuando para limpiar el corazón, “para dejar correr el agua le decía su
mejor amiga Ana”.
María aún cantaba en la ducha y
bailaba el twist con su ex suegro las
tardes del viernes mientras Luz les hacía fotos con los ojos desde la mesa número
cuatro fingiendo hacer un dibujo.
María tenía el corazón a trocitos que
iba soldando poco a poco con el tiempo y con amor. Aún teniendo el corazón a
trocitos María decía que al menos ella tenía un corazón que curar pero que
había gente que iba por la vida con el corazón podrido y que eso ya no tenía
cura.
María era Educadora Social y
cajera de un supermercado. A María no le importaba mucho en qué trabajar solo
quería que Luz le iluminara el camino y que su corazón soldara. María no era
ambiciosa pero tampoco conformista. Se había pasado muchas horas practicando
matemáticas para cuando Luz fuera más mayor poderla ayudar en la asignatura que
a ella más le costó de pequeña. La verdad es que a Luz se le darían bien las
matemáticas y se convertiría en profesora de Física por las mañanas y en
enfermera de María por las tardes.
Luz tenía quince años cuando a
María le diagnosticaron Alzheimer precoz. Al principio María no se lo quiso
decir a nadie ya que conocía a la enfermedad y su evolución y confiaba que
tardaría años a hacerse notar. Se equivocó.
Primero fueron las matemáticas que
se le borraron sin previo aviso de la cabeza y tuvo que dejar la caja del supermercado
para ubicarse en el almacén y fingir dolor de estomago para no ayudar a Luz con
los deberes. Después fueron las recetas de su amiga Ana y dejó de cocinar los
pastelitos de almendras los días de sábado. Seguidamente se le olvidaron los
pasos de Twist y el nombre de su ex
marido y tuvo que empezar a informar a la familia sobre su enfermedad.
Cuando Luz tenía veinte años María
ya no podía trabajar y se quedaba en casa de su vecina mientras Luz, corriendo,
iba a clase, estudiaba o pasaba a ver a Víctor, su novio, rápidamente y volvía
corriendo a buscar a su madre, preparaba la cena y se quedaba dormida en la
cama de su madre sin haber limpiado la casa ni haber tendido la ropa pero con
la certeza de que ya mañana le daría tiempo.
En la graduación de Luz, María fue
empujada en una silla de ruedas por su amiga Ana y acompañada de su vecina
porque su cabeza había olvidado el caminar. Cuando Luz recibió el diploma de
Física pidió permiso al Director para hablar y mirando a su madre dijo: “No te
preocupes mamá, yo cuidaré de ti cuando duermas”. María la miró como si
recordara algo y le sonrió después de muchos años sin sonrisas en sus labios.
Llevando Luz tres años de
profesora, María le dijo un día que parecía encontrarse mejor: “Cariño, al
final habré sido afortunada por haber tenido una Luz en el camino que me
soldara todos y cada uno de los pedacitos del corazón.”
María recordó hasta su último
latido una única palabra: Luz.
Luz creció y cuidó a su madre de
la mejor forma que pudo, de la forma que había aprendido con ella.
Cuando María murió a Luz se le
quebró el corazón en pedacitos pero sabía que con el tiempo y amor acabaría soldándolos.
Hoy en la librería había un libro
de “Matemáticas para padres”. En el subtitulo se podía leer: “No te preocupes
mamá, yo cuidaré de ti cuando duermas”.
Escultura de Martin Hudáček
Margalida Garí Font,
Porque todos los días son
el día de la mujer, porque todas las noches hay alguna Luz.
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