domingo, 8 de marzo de 2015

Homenaje: Día de la mujer

María trabajaba de lunes a domingo sumergida entre la caja de un supermercado y las tareas del hogar. María tenía la carrera de Educación Social y dos especialidades pero dedicaba sus aprendizajes a pasar los productos de los clientes en la caja del supermercado con los ojos de, una noche más, no haber dormido. María era enfermera de su hija Luz de cinco años las veinticuatro horas del día y ex mujer de un ex marido que cuidaba muy bien de la hija de ambos pero que se desenamoró de ella por enamorarse de una mujer madrileña muy elegante y muy simpática que ahora estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo.
María se levantaba corriendo, preparaba el desayuno corriendo (el de su hija también cuando no se quedaba con su padre), llevaba a la niña con los ojos dormidos y el desayuno en la boca al colegio también corriendo, se dirigía al supermercado corriendo más aún y, al finalizar, se marchaba corriendo a buscar a Luz que se hallaba en casa de su vecina. Finalmente, preparaba la cena corriendo y se quedaba dormida en la cama de su hija sin haber limpiado la casa ni haber tendido la ropa pero con la certeza de que ya mañana le daría tiempo.
María decía que Luz era su motor y que por ella hasta dejaría a la vida. La verdad era que María ya hacía tiempo que había dejado escapar su vida. Ahora solamente vivía de tanto amar a Luz. Luz dijo una vez a su profesor de plástica que su mamá no sabía dibujar muy bien pero que sus pinturas serian mejores que las de cualquiera solo por el hecho de haberlas pintado ella. También le dijo Luz a María una de las veces que se quedó dormida en su cama creyendo que esta ya dormía que “no te preocupes mamá, yo cuidaré de ti cuando te duermas”.
María era una mujer de cristal, dura y frágil a la vez que se mantenía a flote porque luchar la mantenía a flote. María no era demasiado inteligente ni demasiado guapa, ni tenía un nombre demasiado original. Pero María era sabía, preciosa y su nombre era su etiqueta pero no su persona.
María no se quejaba por nada ni se enfermaba por nada aún estando a cuarenta de fiebre. María ya no pedía nada ni quería aspirar a algo más que no fuese ver crecer a su hija y tener amigos y familia que la quisieran. María no lloraba muchas veces estando acompañada pero sí lo hacía de vez en cuando para limpiar el corazón, “para dejar correr el agua le decía su mejor amiga Ana”.
María aún cantaba en la ducha y bailaba el twist con su ex suegro las tardes del viernes mientras Luz les hacía fotos con los ojos desde la mesa número cuatro fingiendo hacer un dibujo.  
María tenía el corazón a trocitos que iba soldando poco a poco con el tiempo y con amor. Aún teniendo el corazón a trocitos María decía que al menos ella tenía un corazón que curar pero que había gente que iba por la vida con el corazón podrido y que eso ya no tenía cura.
María era Educadora Social y cajera de un supermercado. A María no le importaba mucho en qué trabajar solo quería que Luz le iluminara el camino y que su corazón soldara. María no era ambiciosa pero tampoco conformista. Se había pasado muchas horas practicando matemáticas para cuando Luz fuera más mayor poderla ayudar en la asignatura que a ella más le costó de pequeña. La verdad es que a Luz se le darían bien las matemáticas y se convertiría en profesora de Física por las mañanas y en enfermera de María por las tardes.
Luz tenía quince años cuando a María le diagnosticaron Alzheimer precoz. Al principio María no se lo quiso decir a nadie ya que conocía a la enfermedad y su evolución y confiaba que tardaría años a hacerse notar. Se equivocó.
Primero fueron las matemáticas que se le borraron sin previo aviso de la cabeza y tuvo que dejar la caja del supermercado para ubicarse en el almacén y fingir dolor de estomago para no ayudar a Luz con los deberes. Después fueron las recetas de su amiga Ana y dejó de cocinar los pastelitos de almendras los días de sábado. Seguidamente se le olvidaron los pasos de Twist y el nombre de su ex marido y tuvo que empezar a informar a la familia sobre su enfermedad.  
Cuando Luz tenía veinte años María ya no podía trabajar y se quedaba en casa de su vecina mientras Luz, corriendo, iba a clase, estudiaba o pasaba a ver a Víctor, su novio, rápidamente y volvía corriendo a buscar a su madre, preparaba la cena y se quedaba dormida en la cama de su madre sin haber limpiado la casa ni haber tendido la ropa pero con la certeza de que ya mañana le daría tiempo.
En la graduación de Luz, María fue empujada en una silla de ruedas por su amiga Ana y acompañada de su vecina porque su cabeza había olvidado el caminar. Cuando Luz recibió el diploma de Física pidió permiso al Director para hablar y mirando a su madre dijo: “No te preocupes mamá, yo cuidaré de ti cuando duermas”. María la miró como si recordara algo y le sonrió después de muchos años sin sonrisas en sus labios.
Llevando Luz tres años de profesora, María le dijo un día que parecía encontrarse mejor: “Cariño, al final habré sido afortunada por haber tenido una Luz en el camino que me soldara todos y cada uno de los pedacitos del corazón.”
María recordó hasta su último latido una única palabra: Luz.
Luz creció y cuidó a su madre de la mejor forma que pudo, de la forma que había aprendido con ella.
Cuando María murió a Luz se le quebró el corazón en pedacitos pero sabía que con el tiempo y amor acabaría soldándolos.
Hoy en la librería había un libro de “Matemáticas para padres”. En el subtitulo se podía leer: “No te preocupes mamá, yo cuidaré de ti cuando duermas”.

                                                                      Escultura de Martin Hudáček 

Margalida Garí Font,

Porque todos los días son el día de la mujer, porque todas las noches hay alguna Luz. 

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